La noche en la muestra se convirtió el domingo en el anticipo de la fiesta privada para los trabajadores que se celebró ayer. Apenas terminados los fuegos artificiales, el recinto se convirtió en una fiesta privada para empleados. Aunque unos cuantos de ellos ya comenzaron a recoger todo lo posible, adelantándose al previsible caos en que se convertirá la muestra estos próximos días.

Era el caso de Luis Miguel Martínez, un zaragozano empleado del almacén. "Estamos desmontando todo lo que se pueda hoy, en principio se intenta desmontar lo máximo de todos los escenarios de espectáculos, aunque tenemos más tiempo para acabar", contaba, mientras cargaba cajas de cables y material junto a la carpa de la plaza Aragón. "Pena ninguna, lo que tenía eran ganas de que acabara", admitía, con aire cansado.

Otros de los atareados eran los empleados de los quioscos, que a pesar del aspecto desértico del recinto aglomeraban a los pocos resistentes. "Estamos trabajando mucho hoy y estaremos hasta el cierre --el oficial--. Pero casi todos los que quedan son trabajadores", relataba la gaditana Amanda Polo, sin dar abasto a servir cervezas.

Un grupo de estos clientes, sentados junto al establecimiento, ejemplificaba este hecho. "Hemos terminado de trabajar y nos vamos a quedar un rato aquí, luego lo celebraremos por ahí de marcha. No teníamo ningunas ganas de que acabara, yo he llorado mucho", contaba Bea Mata, que apuraba la Expo con sus amigos.

El aspecto vacío del recinto era engañoso. Había mucha gente, pero refugiada en los pabellones y en cualquier pequeño lugar que pudiese albergar un guateque. Por ejemplo, el punto de información y objetos perdidos en mitad de la Avenida 2008. "Hemos hecho una fiesta para trabajadores, pero sin que lo sepan los jefes", puntualizaba Mario Serrano, de Zaragoza. "Hemos cogido unas cervezas, ahora nos iremos al pabellón de Aragón y luego nos bañaremos en las cascadas del acuario". La verdad es que el cierzo no invitaba a ello. Pero con su camiseta saturada de firmas y al lado de una compañera con un cartel como capa, parecía capaz de todo.

El frío no desanimaba a los participantes en la fiesta del palenque del pabellón de Aragón, que montaron una pequeña rave aprovechando el equipo musical. El quiosco cercano al recinto servía de barra y el baile ayudaba a combatir el frío. Así que incluso el Cumpleaños feliz de Parchís, dedicado "a todos los que hayan cumplido años durante la Expo", parecía un éxito.

Pero la mayoría de trabajadores y periodistas se reunían en los pabellones. "Vamos al pabellón de España, hemos terminado con el programa de imágenes de la ceremonia de clausura y seguiremos la fiesta por ahí", contaban Tone Azcárate y Eva Triado, de Canal Expo Tv. Las reuniones se repartían por casi todos los recintos y las plazas temáticas.

Los principales damnificados por esta falta de animación en la calle eran los visitantes, pero ni había muchos ni parecían muy disgustados por el asunto. "Hay fiestas privadas en todos los los lados, hemos buscado pabellones donde tomar algo la última noche y no hemos podido, pero da igual, nos cogemos algo en un quiosco y nos montamos nuestra propia fiesta privada", contaba María Amor Bravo, que acudió con unos amigos.

El otro espacio abierto, la salvación de las últimas horas de la muestra, era Expo Lounge. Mar, José Luis y Carlos, de los últimos visitantes en salir a la hora establecida, lo conocían bien. "Hemos venido muchas noches y siempre acabamos allí. Música y cervezas a dos euros, ¿qué más puedes pedir?. Lo echaremos de menos", lamentaban al cruzar la puerta del Ebro.

Pequeños grupos de los trabajadores más cansados fueron abandonando el recinto, cuando alguien reparó en que Amaral no les había dado las buenas noches. Y al final llegaron, pero de manera especial, como todo en la última noche. "Expo Zaragoza les recuerda que en 15 minutos... ¡Se acaba la Expo!", sorprendió la megafonía. "¡Adiós a Fluvi". Los últimos salían. El resto de trabajadores tardó un poco más. Unas cuantas horas.