A Luis Bordonada los días se le hacen "muy largos" en el hospital. Solo piensa en volver a su Belchite natal "cuanto antes" para "charrar" con sus amigos, pasear por el pueblo y hacer una vida "lo más normal posible" más allá de las cuatro paredes de su habitación de la novena planta del Clínico de Zaragoza.

Ingresó el pasado mes de agosto con fiebre alta, síntoma de que el trasplante de hígado al que se sometió en julio del 2013 no había salido bien. "Las cosas no han funcionado según lo esperado, ha habido una infección y ahora estoy a la espera de una nueva operación. No hay fecha, así que de momento estoy recuperando fuerzas en el gimnasio para irme a casa en cuanto pueda", relata este aragonés de 64 años.

Bordonada dice que "nunca" había tenido problemas. "Me hicieron unas pruebas y ahí me detectaron cirrosis. Después, cáncer de hígado. Es una pena que el primer trasplante no saliera bien. Ahora solo me queda esperar, porque mi sangre no es la universal y personas compatibles conmigo hay muy pocas", explica.

Lo peor que lleva Luis, dice, es estar en el hospital --"es muy aburrido", matiza--. Su hijo le visita todos los días y el trato con los médicos y las enfermeras es "buenísimo", dice. Pese a todo, le siguen quedando "muchos" ratos libres en los que intenta mantener su cabeza ocupada. "Cualquier cosa menos pensar en lo que me pasa. Cuando llegue el trasplante, ya llegará. Claro que me gustaría que me llamaran mañana con la buena noticia de que ya hay órgano, pero soy realista y sé que por mi condición es difícil. Se necesita que una persona fallezca para que su hígado llegue a mí", apunta.

Luis no pierde la esperanza. Y su fortaleza mental reside en su paciencia. "Vivo igual de bien porque no tengo problemas y me encuentro fenomenal. Si estuviera ansioso y pensando cada minuto en lo que me pasa, me volvería loco y no quiero", asegura.