Escaparates y ventanas abiertas al mundo, máquinas del tiempo a través de las que se puede viajar al pasado y regresar al futuro. Espacios para el estímulo de la curiosidad, la creatividad y el ansia de saber de escolares y personas mayores. En el museo se aprende, y no sólo sobre los aspectos específicos de la naturaleza de cada uno de ellos, sino sobretodo, que la razón y la belleza van siempre de la mano.

Santuarios de sabiduría, depositarios de conocimientos y de objetos milenarios, alambiques de ideas y factorías de imaginación, los museos nos invitan a la contemplación y al recogimiento, inexcusables puntos de partida hacia la abstracción que abre nuestros pensamientos hacia el exterior. Ministerios del tiempo en los que cada vitrina es una puerta que nos aventura al descubrimiento de universos que discurren paralelamente al de nuestra circunstancial vida diaria. Fantásticos narradores de historias y epopeyas, evocadores de historias que nos rescatan de la prisión de la monotonía.

Dinamizadores del alma cuyos componentes activos, con o sin prescripción facultativa, tonifican los organismos de nuestro ser y alegran nuestra visión de la vida. Lugares ideales para quedar con amigos, visitar en familia, o mostrar a quienes llegan de fuera con ansias de saber sobre nuestro antiguo y rico pasado, nuestras costumbres y nuestras ansias de futuro. Espacios que, aunque sean inmensos, no ocupan lugar, pues son catedrales del saber. Cultura no fósil aunque, como los trilobites, esté petrificada.

Piezas de museo que transcienden las fronteras de lo viejo, y que no son peyorativas reliquias ni antiguallas amortizadas, sino la serena presencia de un pasado que fue y que seguirá presente como parte esencial de lo que algún día seremos. Arietes contra la intolerancia y adalides de la diversidad, pregoneros rurales y urbanos del cosmopolitismo y la convivencia multi e inter cultural, porque los museos son espacios en los que nadie sobra y todos cabemos.

Termas, coliseos y teatros romanos de paz en los que la Humanidad no es inmolada sino ensalzada por la fuerza del amor. Imágenes de budas de Bamiyán, zigurats de Nínive, museo de Kabul, elevados --como el director del museo arqueológico de Palmira-- a la categoría de mártires de la cultura en plena era digital. Historias también --por desgracia recientes-- de cuando la Humanidad dejó de serlo para convertirse en demonio. Memoria de un pasado que no podemos dejar que vuelva a ser presente. Apriscos de recogimiento ante la incertidumbre, tardes de lluvia y café, de lápiz de dibujo y cuaderno, de sereno final de jornada.

Galerías de arte por cuyas ventanas se cuelan los rayos de luz de la cultura, la música, la arqueología y el arte a través de un caleidoscópico prisma de color, escultor de cariátides y estatuas. Casa encendida, poblada por duendes y hadas, sueños de una noche de verano, recuerdos del ayer, miradas románticas, cálidos y placenteros paseos pictóricos por las arenas del mar... Serenidad que nos eleva hasta la douceur de vivre. Lugares que habitan las musas, por donde galopan centauros y unicornios, y se hacen audibles los cantos de sirena. Mármol negro de Calatarao, alabastro de Quinto, Corporales de Daroca, cerámicas de Villafeliche, Muel y Teruel, azafrán de Monreal, trajes de Ansó, remembranzas de Orwell por los Monegros, iberos de Azaila, cruzados de Loarre, hechizos de brujas en Trasmoz, carlistas y templarios en Cantavieja... Y cuando el viajero despertó de sus sueños, el Aragosaurus galvensis aún estaba.