Una veintena de platos de sopa y otras tantas raciones de pollo con guarnición saldrán dentro de un par de días, debidamente empaquetados, congelados y etiquetados, de las cocinas de un comedor escolar para ser repartidas en un centro social. Son las porciones que sobraron del menú servido ayer a los alumnos del colegio Maristes Montserrat de Lérida y que serán consumidos luego por los usuarios de la asociación Arrels, que atiende a personas en riesgo de exclusión social en la capital leridana.

«Aquí no se desperdicia nada, aunque hay alimentos, como los que contienen huevo y pescado, de los que tenemos que prescindir por razones sanitarias», explicó la jefa de servicios del colegio, donde diariamente se sirven entre 700 y 750 comidas.

«Y si el modelo es válido para todos esos lugares, si se han creado protocolos, con la autorización de los inspectores sanitarios, para garantizar el reaprovechamiento de la comida sobrante en un buen número de colegios, ¿por qué no se puede hacer igual en todas partes?», se preguntó Cristina Romero, una madre de Empuriabrava, que hoy estará en el Congreso de los Diputados entregando las casi 225.000 firmas que ha recogido, a través de la plataforma Change.org, para reclamar la revisión de la ley 17/2011 de seguridad alimentaria y nutrición, para que los excedentes de las cocinas escolares puedan ser «reaprovechados o redistribuidos», señala Romero. Algo que aparentemente no tendría por qué tener más complicaciones, meter unos macarrones que han sobrado en una fiambrera en lugar de tirarlos a la basura, está prohibido actualmente por la ley que regula las normas de higiene para la elaboración, distribución y comercio de comidas preparadas.

Precisamente por dicha norma, en Aragón la comida que sobra en los colegios se tira a la basura. «Se necesitan unos permisos oficiales de Sanidad y, después, harían falta unos camiones especializados para el transporte», apuntaron fuentes del colegio Agustina de Aragón, que este año ha estrenado un comedor autogestionado por los padres.

«El personal de cocina come aquí y muchos días lo que hacen es tomar las sobras del día anterior, que se guardan en un frigorífico diferente a todo para poder aprovechar esa comida. Es decir, si un martes sobran macarrones se guardan y el miércoles los come el personal, pero más de un día no se pueden guardar», añadieron. «La cocinera ajusta las cantidades al día porque, al final, los que perderíamos seríamos nosotros, los que gestionamos el comedor», señalaron.

Repartir al máximo

También el colegio San Braulio tiene un comedor gestionado por las familias y el equipo directivo del centro. «Se compra la comida en los proveedores del barrios y ahí se ve el producto. Se cocina en el mismo centro, los niños no comen en bandeja, sino en plato, y repiten todas las veces que quieran. Por lo general, nunca sobra nada», explicó su directora, Elena Viñerta.

Todos los centros coinciden en «ajustar al máximo posible» las comidas para evitar tirar nada a la basura. «Más o menos tenemos un número fijo de alumnos; a partir de octubre se quedan más, y eso nos hace calcular mejor», señalaron desde el colegio Monsalud, que cuenta con un servicio externalizado. «Se reparte todo lo posible, con raciones más grandes si hace falta para no desaprovechar», dijo Amparo Terrado, directora del Parque Goya. «Si un día tenemos 170 alumnos, avisamos a la empresa para que no traiga la comida caliente para los 200, por ejemplo», señaló. Lo mismo sucede en el Joaquín Costa, donde organizan las cantidades. «Si un día sobra, se reparte. Las cocineras calculan todo», señalaron.