David ha cumplido 11 años este mes y está en sexto de primaria. El año que viene comenzará en el instituto y quiere un smartphone. «Dice que si se acaba el curso y no tiene un móvil será el único pringado de la clase que no tenga», explica su madre, Irene Castilla. Ella y su marido, José del Caño, habían pensado retrasar el momento hasta que su hijo cumpliera los 14 años, pero los planes han cambiado.

David es un buen estudiante. Si este año se mantiene su media de notables y excelentes, en verano tendrá su smartphone. Él ha tomado nota y hace unas semanas, para su cumpleaños, le pidió a sus abuelos que no le compraran un regalo y que le dieran el dinero para comprar un móvil. «Me habría gustado retrasar esto todo lo posible, porque creo que no le hace falta un móvil. Voy a comprárselo un poco contra mis principios», confiesa Irene Castilla. «Tengo la sensación de que estamos abocados a sucumbir. Yo respeto tanto a los padres que compran móvil a sus hijos como a los que no, pero el entorno lo convierte casi en una obligación», ratifica su marido.

La madre explica que las niñas de la clase de David le han preguntado varias veces que cuándo le va a comprar un móvil. «Supongo que para los niños es algo íntimo y personal, un espacio en el que pueden compartir cosas sin que los adultos estemos siempre delante», aventura.

Hace unos meses que David se abrió una cuenta de Instagram asociada al número de teléfono de su madre. «Pero no es lo mismo que si yo tuviera un móvil propio», se quejó el niño. «Es inevitable tener la sensación de que el control se escapa y de que la niñez se ha acortado», se lamenta Irene Castilla.

David y su hermano pequeño, Óscar, de ocho años, han heredado una tableta antigua de un tío suyo.

La antena no funciona muy bien y los dos niños se pegan al aparato de wifi que hay junto al televisor para atrapar la señal. «¡Esto es un poco rollo!», se queja uno de los dos. Su madre reacciona enseguida: «Sabéis que esto solo se puede usar en fin de semana y creo que hoy es lunes». «Están enganchados al baloncesto», explica Irene Castilla. «Lo primero que hace David cuando se levanta por la mañana es mirar los resultados en mi móvil y también me lo coge para jugar a un videojuego de baloncesto», explica la madre. «¡Es que cualquier cosa que busques... Está ahí», añade señalando su móvil. «Por eso creo que a David habrá que limitarle el tiempo y contratar una tarifa con pocos datos», señala.

«El tema está en saber regular el uso y el tiempo», confirma su padreJosé del Caño, comercial de profesión, lleva un móvil de la empresa que suena hasta cinco veces mientras el reportero gráfico prepara la fotografía. «Un cliente», se disculpa. «Yo dependo del teléfono para trabajar, pero es un móvil de 70 euros. No quiero más. Lo necesito por motivos laborales y juego al Apalabrados, que me encanta. No invierto demasiado tiempo», se justifica. «No te creas...», le dice su mujer en broma. O no. «Si es que con esto se te va el tiempo aunque no quieras», remata Irene Castilla.