El liderazgo de Iglesias y la apacible bonanza en la que vive desde hace varios años sin que nadie sea capaz de toserle viene precedido de un largo trabajo político lleno de satisfacciones personales pero también de sinsabores y momentos difíciles en los que ha sabido reponerse. Hombre de la Ribagorza más septentrional, el pasado 16 de abril cumplió 57 años. Y también celebró sus 25 en política, porque en 1983 empezó siendo alcalde de su localidad natal, Bonansa.

Un humilde montañés, con vocación política y la pasión del campo, que pronto empezó a crecer dentro de un PSOE en el que entró a través del que posteriormente sería su cuñado, Andrés Cuartero, y otros militantes de Zuera. Y ya en 1987, empezó su primera batalla ideológica, la que le aupó de forma discreta a la presidencia de la DPH. Ahí estuvo hasta 1995. Tiempo más que suficiente para consolidar su poder político y transformar la provincia.

Posibilista como pocos, hombre con capacidad de diálogo (su posición en un tema tan sensible como el agua, por ejemplo ha dependido siempre del interlocutor que tenía enfrente) y extremadamente tranquilo, Iglesias dio el salto a la carrera presidencial en un momento muy tenso. El PSOE sufría un proceso de descomposición interno a mediados de los 90 y la figura de Marco estaba de capa caída. Entonces irrumpió Iglesias, que tuvo que oírse numerosos comentarios despectivos de sus compañeros de Zaragoza.

En 1995 optó por primera vez a las elecciones autonómicas y consiguió los peores resultados del PSOE en la historia. No se descompuso y continuó trabajando para regenerar un partido dominado por familias, por presiones e intereses personales. Y logró lo que casi nadie pensaba en una noche intensa, la del 27 de junio de 1998: vencer en primarias a Isidoro Esteban, entonces líder regional del partido, para presentarse él a la presidencia de Aragón. Le ganó por mínimo porcentaje (50,88% frente al 49,22). Desde entonces, su carrera es más bien conocida: frente antitrasvase en la época del PP, posibilismo y pactismo con el PAR, un discurso de interior que le hizo ganar adeptos entre los barones del PSOE y la defensa de un "Aragón sin contraindicaciones" como él deja.