El poder de un abrazo es balsámico, reconfortante, mágico. Y si quien recibe ese abrazo es un niño pequeño poco acostumbrado a las muestras de afecto porque sus padres tienen prioridades más urgentes (el trabajo precario, el dinero para pagar las facturas básicas, la hipoteca, la comida), los efectos se multiplican. Esta es la razón por la que las maestras de las escuelas situadas en las barriadas más castigadas por la crisis son tan dadas a abrazar a sus alumnos. Cuando un niño se siente querido, explican las docentes, crece su autoestima, gana su motivación y su aprendizaje mejora.

Los sociólogos advierten que la primera infancia, el periodo que va entre los cero y los seis años (la llamada etapa 0-6) es clave porque es cuando se adquiere el mayor número de conocimientos y habilidades en la vida y cuando se conforman las estructuras neuronales. «El nivel socioeconómico y educativo de las familias es uno de los principales predictores del éxito escolar de los hijos. Un clima disciplinario positivo en la escuela puede reducir el impacto de la situación socioeconómica sobre el desempeño de un estudiante», indica Juan Antonio Planas, presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía.

En Aragón, como en el resto de España, las diferencias de rendimiento «tienen que ver más con el tipo de situaciones sociofamiliares que con otras variables. Si no, ¿cómo se explican las grandes diferencias en rendimiento escolar que hay entre las diversas comunidades siendo que todas estamos con el mismo sistema educativo?», añade. Ante eso, «las administraciones deberían garantizar la igualdad de oportunidades. No sirve solo con dar más becas o medidas económicas, hay que ser mucho más innovador e invertir en recursos humanos para detectar tempranamente cualquier tipo de dificultad e intervenir en ellas tanto con el alumnado como con las familias», afirma Planas.

A los 15 años, en España ha repetido un 53% de los estudiantes del segmento más desfavorecido de la población, mientras que solo lo ha hecho un 8% de los hijos de familias acomodadas», afirma Pau Marí-Klose, profesor de Sociología de la Universidad de Zaragoza. El porcentaje de alumnos en riesgo de fracaso escolar es casi seis veces superior entre los chicos con nivel socioeconómico bajo que entre los estudiantes pertenecientes a familias ricas. Ante esta constatación, colegios como el Ramiro Soláns, en Zaragoza, han puesto en marcha programas de choque para atajar las desigualdades entre alumnos desde el minuto cero de vida.

Todo comenzó en el curso 2004-05, cuando se puso en marcha un proyecto global destinado a «desarrollar competencias básicas del alumnado elevando la tasa de éxito educativo, erradicar el absentismo, crear un clima positivo de convivencia y abrir el centro a familias y el entorno», expone su directora, Rosa Llorente.

Bajo los principios básicos de la escuela como agente de transformación social y la educación para enseñar a ser cada vez más humanos, la educación socioemocional impregna todos los proyectos que lleva a cabo el centro desde los 2 años -dispone de aula de escolarización temprana- hasta 6º de Primaria. «Trabajamos la autoestima, la visión de grupo, la regulación emocional a traves de estrategias como yoga o mindfulness, las fortalezas personales, el conflicto desde una perspectiva constructiva y habilidades básicas como la empatía», subraya Llorente, que enfatiza en la relevancia de ese vínculo emocional entre familias, profesorado y alumnos. «Aquí hay muchos abrazos y muestras de cariño porque eso genera proximidad y vincula a la familia con la vida de centro». Es la escuela inclusiva, «donde cada miembro de la comunidad se siente valorado, aceptado y querido», dice.

Con un 63% de alumnos de etnia gitana y un 35% de inmigrantes, el proyecto es todo un éxito, merced a la implicación del equipo docente. Ha pasado de un 5% de éxito educativo en 6º de Primaria a un 75% en la actualidad Además, el aula de 2 años permite «estimular un año antes al alumno, además de beneficiar a familias que no pueden asumir el pago de una guardería».