«Mi padre me dijo: no te cambies. Y si tienes que ir al baño, ve. La Policía va a venir a buscarte enseguida». Laura (nombre falso) fue denunciada por su familia hace un año por intentar cometer una agresión grave contra su hermana pequeña. Sus padres fueron de los pocos que se atreven a dar el doloroso paso.

«Aquel día yo me fui al colegio siendo consciente de que había hecho algo grave, intuía que algo iba a pasar». No volvió a casa hasta las 21.00 horas. Sus padres habían pedido a una tía que pasara a recoger a su hija pequeña para evitar que presenciara el arresto. Pero cuando llegó Laura, tarde como de costumbre, la hermana a la que había tratado de agredir todavía seguía en casa. «Vino corriendo, llorando, y me dio un abrazo», recuerda Laura. Después, la niña se marchó con su tía. A los pocos minutos, llegaron los agentes. «No me colocaron las esposas hasta que cerraron la puerta de casa, para que mis padres no lo vieran».

Noche en blanco

Pasó la noche en la comisaría, en los calabozos, como una delincuente más. «Al llegar, me obligaron a desnudarme. Me quitaron hasta los cordones de los zapatos, me dejaron una camiseta y me indicaron dónde debía acostarme», explica. Laura no pegó ojo. Estuvo dándole vueltas a la cabeza durante toda la noche. «Me sentía furiosa porque no podía entender que mis padres me hubieran denunciado».

Para sus padres, ver a su hija de 15 años marcharse con la Policía fue algo «horrible». Pero con Laura las cosas habían ido demasiado lejos. La adolescencia y el comienzo del instituto transformaron a una niña normal en una joven rebelde. La propia Laura reconoce que se convirtió «en otra persona». «Primero empezó a contestarnos mal», recuerda su madre. «Cambió de compañía y nos respondía con gritos si le preguntábamos cosas tan simples como con quién había estado». Un día Laura, en una de estas riñas, incluso rompió de una patada el cristal de la puerta del comedor. La relación entre padres e hija se fue agrietando, hasta que la distancia se hizo tan inmensa que la comunicación con ella dejó de resultar posible. «Yo ya no quería ni ver a mi padre», explica la adolescente. Comenzó a escaparse de casa. Con 15 años, llegó a pasarse 4 y 5 días fuera, sin avisar, ni responder al teléfono para decir dónde se encontraba. La familia denunciaba cada una de esas huidas, pero como los policías sabían que no se trataba de ningún secuestro, el caso se acababa resolviendo solo, cuando ella decidía regresar por su propio pie.

Escapadas

Durante esas escapadas, Laura se pasaba el día en la calle. «Con amigos», reconoce. «Fumando porros», añade. Los gritos, los insultos, el cristal roto, las huidas… convirtieron el aire de ese hogar en irrespirable, enumera su madre. «Pedimos ayuda al instituto, a los servicios sociales, a la autoridad…», subraya. «Nadie nos ayudó. Nadie», lamenta. «Lo peor era que la gente en lugar de ayudarnos, nos juzgaba». Decían cosas como «si así ha salido la niña, cómo serán sus padres…». «No somos una familia desestructurada», se defiende, «somos unos padres normales, los dos tenemos trabajo».

Laura no se convirtió en alguien capaz de destruir a su familia de la noche a la mañana. Fue un proceso más lento. «En el instituto no me adapté, los compañeros me hacían el vacío», explica. Tras aquella experiencia traumática, sus padres le buscaron otro centro. «Tampoco encajé». En este segundo colegio, la cosa se agravó porque la despreocupación de los profesores de este centro concertado rozó lo vergonzoso. La trataban como si no existiera. «Me daban el examen y me decían que si escribía el nombre podía ir a sentarme al final de la clase y dormir». Por eso Laura sintió la necesidad de convertirse «en otra persona», aclara.

«Ella no supo digerir todas aquellas sensaciones», la justifica su madre. «Y exploté en casa», añade su hija. Durante dos años, la familia se desgañitó para reconducirla. No se rindieron hasta que la emprendió con su hermana pequeña.

Tras la denuncia, el juez impuso a Laura una medida de libertad vigilada. No consideró necesario ingresarla en un centro de menores. Pero aquel susto le abrió los ojos.