Del no es no al va a ser que sí. Pese al histrionismo de Podemos. Pese a la radicalidad de los nacionalistas del independentismo o del cuponazo. La abstención socialista defendida con sonrojo por Antonio Hernando posibilitará la reelección de un Mariano Rajoy encantado de conocerse que revocó ayer la reválida de los estudiantes pero no la suya. El candidato sabía que no tenía que hacer gran cosa, apenas un guiño de agradecimiento, con el cheque en blanco de un PSOE desnortado que ladra pero no muerde. La noticia de estas dos jornadas de debate de investidura, preámbulo de la reelección con la votación definitiva de mañana en el Congreso, fue precisamente el papelón de unos socialistas que lo han hecho rematadamente mal desde hace meses.

Hernando apeló a la herencia del felipismo (y, ojo, que no es toda de color de rosa como pretendió hacernos ver) porque los socialistas tienen hoy poco que vender, y no saben cómo hacerlo. Atrapados a la derecha por el oportunismo del PP, con el apoyo corifeo de Ciudadanos, y a la izquierda por la provocación constante de un Pablo Iglesias más entreverado que un Anguita con coleta. Así está el PSOE. El comité federal del pasado domingo se tendría que estar celebrando en este momento, para dirimir sobre el apoyo al candidato tras haberlo oído, planteando alguna prenda a cambio: derogación de la reforma laboral, garantías para una política expansiva y redistributiva de la riqueza, o incluso recambios de candidatos quemados. Nada de eso va a ocurrir. Y aún querrán hacer pagar los platos rotos de esta decisión a quienes se mantienen en el voto negativo y anuncian coherencia hasta el final, léase la diputada aragonesa Susana Sumelzo. Olvídense de la disidencia y consigan de Rajoy algo más que un par de caricias. Exíjanle al menos algunos cambios en el Gobierno. ¿Será capaz Rajoy de mantener a Fernández Díaz en Interior o a Montoro en Hacienda? ¿Y el PSOE de aceptarlo? Queda mucho por ver en esta tramoya.