Si Alejandro se asoma al balcón de su casa en Alcañiz, tanto a la derecha como a la izquierda, ve las paredes ennegrecidas de las viviendas de sus vecinos. Una, la casa número 29 calcinada por completo por las llamas. La otra, la de una pequeña nave en la que Joaquín Lorente guarda los utensilios que utiliza para labrar el huerto que separa el pinar donde se inició el fuego el viernes de las casas.

Todavía tiene la ropa tendida. Dos toallas, una verde y otra roja, y alguna camiseta. Sus gatos merodean en su interior. "Cuando me enteré del incendió imaginé a mis gatos ardiendo", decía tembloroso y con el miedo todavía metido en el cuerpo.

Como otros tantos vecinos, observaba los restos del suceso desde un huerto que, sorprendentemente y aunque actuara de barrera, mantenía intactos sus cultivos, "menos los tomates", apuntaba Lorente. El viento hizo que "una lengua de fuego" saltara desde el pinar hasta las casas sin afectar tan apenas a la zona de cultivo, explicó Lorente que ayer no cesó de repetir la historia durante todo el día.

Hasta las dos de la madrugada los vecinos desalojados no pudieron acceder a sus viviendas y comprobar que todo estaba en orden. El resto de la noche, con el fuego ya controlado, no fue nada tranquila. "Demasiados nervios", repetían en los corrillos.

Carmen José Ariño tiene su casa en el barrio Capuchinos, afectado por el fuego. Estaba en Zaragoza cuando conoció la noticia. "Tuvimos problemas para acceder porque la Guardia Civil había cortado la carretera a la altura de Calpe", explicaba. "Cuando vi los helicópteros me di cuenta de que era grave", añadió.

En su calle uno de los barriles de cerveza de la fábrica La Siberiana que saltó por los aires creó un pequeño foco de fuego, "un susto", decía.

Ayer en Alcañiz pocos eran los que no enseñaban en su móvil un vídeo en el que se mostraba como los bidones volaban por unas calles desiertas donde las casas tenían sus ventanas y persianas cerradas.

Una de las naves del taller Recauchutados Unión se convirtió en un montón de escombros ennegrecidos. Eliseo Abizanda miraba a los operarios que cambiaban los cables de alta tensión afectados por el fuego. Y, de reojo, a la vivienda de al lado. La suya. "No pude acceder a mi casa porque estaba en llamas la nave. Dormí en casa de mi hija", decía mientras admitía que la suerte que había tenido. Su casa comparte parcela con el taller ahora derruido.