"No le voy a decir lo que opino de los que mandan, porque no lo va a escribir tal cual", amenazaba uno de los vecinos desalojados de Pradilla, a las puertas del pabellón de Tauste donde les habían tasladado. Efectivamente, era irreproducible.

Pero su indignación, con más o menos vehemencia, era unánime entre los afectados, también en Boquiñeni. "¿Pero cómo no van a saber que estaba creciendo, si lo estaba viendo yo con el móvil en la web de la CHE?", se preguntaba otra vecina de Pradilla, a pocos metros del anterior. "Nos han dejado como ratas", corroboraba una tercera.

En ninguna de ambas localidades, coincidían los vecinos, había "nadie" más que ellos cuando, sobre las 2.00 horas, se vieron el agua encima. Alrededor de cuatro horas estuvieron acarreando tierra y grava con sus propios tractores y remolques para recrecer las motas y defensas a lo largo de la ribera. "Si no es por los del pueblo, hoy no hay pueblo", sentenciaba Francisco Garza, vecino de Boquiñeni, ya en el pabellón de Tauste.

Experiencia

"Aquí hablamos todos mucho, pero supongo que será complicado de arreglar" --razonaba Garza--. "Pero yo le puedo decir que viví la riada de la nochevieja de 1960 a 1961, y con el doble de agua (4.000 metros cúbicos por segundo) no hizo ni la mitad de daños".

A su lado, Isabel Carcas, junto a otras vecinas como Yolanda y Judith, insistía en la necesidad de limpiar el río, "como toda la vida". "Yo respeto a todo el mundo, a los defensores de los animales, a los ecologistas y a quien sea. Pero ¿quién va a querer al río más que nosotros, que vivimos de él? Siempre se ha cogido grava para construir las casas, para elevar los campos, madera del río para calentarse en invierno... Y nunca ha pasado nada. Ahora si coges un palo te multan, es una vergüenza", lamentaba.

Algo parecido explicaban Concha Lapuente y su hija, Pilar Blasco, en el pabellón de Tauste, poco antes de comer la fideuá que les preparaban. "Yo no dijo que lo limpien del todo si no se puede, pero con más frecuencia, un poco...", aventuraba Concha. "Hemos estado abandonados y amargados", apuntaba su hija, recordando cómo, anteayer por la noche, el río ya asustaba. "Que esto era inesperado lo dirán ellos, a nosotros ya no nos engañan", aseguraba Pilar.

"Dijeron que no pasaba nada y luego nos desalojan, con las criaturas en medio de la noche, sin saber qué coger de casa ni qué nos vamos a encontrar cuando volvamos", se preguntaba Concha. En Boquiñeni, Judith relataba momentos de "miedo" cuando habían tenido que salir corriendo por el avance del agua mientras observaban el río desde un terraplén, de madrugada.

Mientras los desalojados se repartían por los polideportivos, residencias del IASS y más frecuentemente casas de familiares, los hombres aún luchaban, al menos por la mañana, por reforzar las defensas tractor y pala en ristre. En Boquiñeni, Javier Cervantes observaba la excavadora de la Unidad Militar de Emergencias que trataba de retirar la maleza que estaba formando una presa junto a la mota.

Era el sitio donde los vecinos comprobaban cómo la altura del río ya no permitía ver el hasta ahora registro histórico del 2003, marcado en una caseta agrícola casi sumergida. "Ya está un metro más alto que en el 2007 y lleva un día entero", señalaba. Según explicaba, tanto él como el resto de vecinos que ya cedían el trabajo a la UME tras la noche, "aquí lo hemos apañado los del pueblo, hasta que no hemos estado con el agua al cuello no ha venido nadie".

"Cuando hay que venir es en verano, cuando se puede limpiar y ver cómo queda el río. Que vengan ahora solo sirve para hacerse fotos y causar infartos", ironizaba otro, a su lado. Ambos profetizaban que en cualquier momento el agua podía invadir el pueblo, y acertaron, pocas horas después.

Al otro lado del río, en Pradilla, los que aún estaban apilando tierra a lo largo del frente fluvial no estaban para hablar. No ya de las pérdidas del campo, que ayer parecían lo de menos. No estaban para hablar en general. "Si haces algo te multan, si no se te inunda el pueblo", lamentaba uno de ellos. Javier Sancho, ganadero, tuvo que evacuar de madrugada a la mitad de sus vacas, amenazadas por el agua, antes de coger su volquete del estiércol para colaborar con la grava.

El joven sí parecía creer que no se pudo hacer mucho más por prevenir el desalojo. "Ayer estaba el río a 7,5 metros de altu-ra, que esté a 8,2 era impensable", opinaba. Cuando nos han dicho que pasaba el agua por la ermita --explicaba, señalando un extremo de la rivera--, nos hemos asustado.

Lo único positivo que se pudo sacar del desalojo de ambas localidades, coincidían los afectados, fueron las muestras de solidaridad de los pueblos que les alojaron. El alcalde de Tauste, Miguel Ángel Francés, se mostró "orgulloso" de la reacción de sus vecinos, que se volcaron con sus huéspedes en el polideportivo. En Luceni, Francisco Garza insistía en agradecer a sus vecinos de acogida "lo bien que se han portado con nosotros". Asentían sus compañeros de mesa en el polideportivo, comiendo la pasta con tomate aportada por una vecina de la localidad.