Una de las claves importantes para entender la apertura o cierre de rutas aéreas en Zaragoza está relacionada con el mercado potencial al que se dirige la oferta y, en este sentido, no solo importa el cliente autóctono. El equilibrio entre viajeros de la zona y usuarios de fuera de la ciudad es el adecuado para garantizar la rentabilidad de una conexión y en el caso de Zaragoza eso no se da. El 78% de sus pasajeros son aragoneses, casi ocho de cada diez. En los destinos de la costa mediterránea, este porcentaje llega a estar por debajo del 30% y en terminales de referencia internacional, como Madrid-Barajas, este se sitúa en el 48%.

En un radio de influencia de varios millones de habitantes, este indicador demuestra dos cosas: que la oferta sirve más para generar turistas a las ciudades con las que conecta que para atraer clientela a Aragón, y que, mientras la ocupación en los viajes de ida siempre supera el 80% deseado por todas las compañías para asegurar la viabilidad, el de retorno suele representar un pinchazo. Una línea no puede sobrevivir solo con llevar y traer residentes en origen, necesita captar visitantes foráneos.

En este sentido, la oferta siempre será limitada porque Zaragoza tiene a poco más de una hora y media en AVE dos terminales como El Prat o Barajas que tienen un abanico infinitamente más amplio de destinos, frecuencias y horarios.

Esta percepción también se sustenta en cifras. El análisis de la DGA concluye que hay muchos más aragoneses que viajan desde otros aeropuertos que no son el de Garrapinillos a las mismas ciudades que este ofrece.

Así, a París viajan el doble de aragoneses desde Barcelona o Madrid que desde Zaragoza. Los casi 27.000 pasajeros al año que vuelan desde Garrapinillos son casi 54.000 en otras ciudades. Y, en el ámbito nacional, las diferencias aumentan. Si desde Zaragoza vuelan casi 3.500 aragoneses hacia Lanzarote, por ejemplo, son 22.800 los que parten desde otras terminales de la red de Aena.