Por qué se equivocan. Así de contundente tituló el semanario británico The Economist su número del pasado octubre, unas semanas antes de que se celebrasen las elecciones en Estados Unidos, intuyendo quizá el triunfo de Donald Trump y sus propuestas proteccionistas. La tesis está explicada de sobras por los investigadores de la globalización y la revista británica la sintetizó con su maestría habitual: «Los críticos de la globalización dicen que solo beneficia a las élites. En un mundo menos abierto (a intercambios comerciales) a quien más perjudicaría es a los pobres».

El nobel Paul Krugman, referente obligado en temas de comercio internacional, también ha establecido cómo medir a ganadores y perdedores en la desregulación del comercio internacional. La defiende, sí, pero critica su aceleración. Los productos baratos también benefician a consumidores con menos recursos (en esta vía se encontrarían Zara, Mercadona...), pero sobre todo hay otra protección intangible, la que proviene de países ricos donde la presión pública que exige seguridad en alimentos o medicinas acaba beneficiando al conjunto de la población.

Con esta certera previsión, The Economist recuperó su azote antiproteccionista en su edición de enero. Advertía, con datos del 2016, de que las multinacionales globales eran las que estaban perdiendo cuota en el comercio internacional, con menciones especiales a las norteamericanas vinculadas a la transformación digital. Dos indicios claros del error que puede cometer el Gobierno de EEUU si los contrapoderes --hoy los jueces, más tarde los lobis económicos-- no consiguen cambiar la agenda.

Primero: «La mitad de las exportaciones de manufacturas han de pasar al menos dos aduanas antes de llegar al cliente final. Los aranceles ya no son disuasivos, sino perjudiciales para el consumidor». Ejemplo: por más que se predique que Detroit volverá a fabricar coches, buena parte de los 3.000 componentes que incorpora un vehículo se fabrican fuera de EEUU. En Europa sabemos de ese fenómeno.

Segunda, algo que ya se constata y que puede aumentar en perjuicio de las mejores empresas líderes en EEUU: según The Economist, estamos ante «un capitalismo más fragmentado y parroquial, quizá menos eficiente pero con apoyo público más amplio». Un ejemplo que, se supone, molesta a Trump: China tiene sus propias Apple o Amazon triunfando, ya, fuera de sus fronteras. ¿Qué puede ocurrir cuando Trump deje de perseguir a refugiados e inmigrantes y empiece a aplicar la agenda proteccionista? Una sacudida de dimensiones desconocidas, porque a estas alturas, pese al argumento trasnochado de los aranceles, una regresión unilateral es impensable.

El principal riesgo, según ha explicado en diversos foros el profesor de la Escuela Superior de Comercio Internacional (UPF) Ramon Xifré, es que se rompa el equilibrio entre bloques económicos, Europa, Asia, EEUU y Rusia. «Ahora, nuestro bloque, la UE, se agrieta internamente. Es exagerado hablar de los efectos de la deslocalización y el poder tecnológico. Aunque hoy no lo veamos, se recuperará el equilibrio entre bloques porque conviene a todos», añade Xifré. Pero con una variante negativa para España: «El déficit de formación entre los perjudicados por la globalización, no acabar los estudios secundarios», es una barrera más dura que un arancel.

El Ejecutivo de Trump debería repasar una celebrada imagen del historiador Reinhard Koselleck, teórico de la fusión de pasado y presente. Cuando miras por el ojo de la lavadora, ves prendas de ropa de distintos colores mezcladas unas con otras, que aparecen y desaparecen. El proteccionismo es uno de los anacronismos que aparece ahora en EEUU y la UE mostrando un color tan llamativo como distorsionado.