Zaragoza ayer brillaba diferente. El tiempo no podía ser mejor, las calles estaban abarrotadas de gente, se veían rosas y libros a derecha y a izquierda y había un ambiente festivo muy primaveral.

El edificio Pignatelli volvió a ser más ciudadano que nunca en su segunda jornada de puertas abiertas. Más de 6.500 personas pasearon por sus patios y jardines descubriendo el patrimonio arquitectónico del interior de la sede del Ejecutivo autonómico. Aunque no existe un estudio sociológico al respecto, podría decirse, por su éxito de afluencia, que a los ciudadanos les gusta acceder y visitar los lugares institucionales restringidos para unos pocos en el día a día.

La jornada de puertas abiertas no pudo ir mejor. Las actividades organizadas eran de lo más variadas con juegos para los más pequeños, un mercado artesanal con productos variados, música y actuaciones tradicionales.

Uno de los espacios que más éxito tuvo fue el de los juegos tradicionales. Como si de unos juegos olímpicos se tratara, los más pequeños mostraban sus caras de máxima concentración para tratar de atinar en el juego de la rana o de la herradura. Un misión más que imposible para muchos. «No meto ni una», decía vergonzosa frente a los hoyetes, Alba, de cinco años. «Pues yo sí», respondía Rubén, de ocho y muy orgulloso de tal hazaña.

El sonido de los aros chocando constantemente contra el suelo se convirtió en el himno de la victoria para aquellos que lograban demostrar su fortaleza en el tiro de soga.

Público

El público fue de lo más variado. Familias, parejas, grupos de jóvenes y otros de más mayores, una variedad que convirtió la jornada en variopinta.

Para algunos, la oferta programada por el Gobierno de Aragón no fue suficiente y se centró en otros elementos. Por ejemplo, Pilar y Upe Gil, dos hermanas de avanzada edad estuvieron contemplando uno de los maceteros florales mientras debatían cuál era su nombre. «Está todo muy bien organizado, pero nos han llamado la atención. Seguro que las han plantado esta semana para que estén frescas y esté todo bonito pero luego en el día a día igual ni hay», decían.

La jornada estuvo amenizada con la ópera Dúos de Amor de Monteverdi o el cantautor Joaquín Carbonell que marcaron el ritmo de los paseos y las visitas por los puestos artesanales.

Aunque no se puede hablar de éxito en las ventas, los propietarios no se quejaban. Las vendedoras de Mermeladas La Cullera admitieron que había una gran afluencia de público «pero con pocas intenciones de compra». «Estamos vendiendo, pero tampoco mucho», señalaron.

Lo mismo le sucedía a Carmen Oliván, del puesto de dulces artesanos elaborados en el Convento de Asunción de Huesca. «Lo que más se lleva la gente son las rosquillas de San Vicente», puntualizó.