Es normal que sus vidas giren en torno a la tecnología. Los adolescentes de hoy no solo son nativos digitales, son también la primera generación que ha visto, desde siempre, un móvil en manos de sus padres, que ha tenido ordenadores a su disposición en casa y en el colegio y que ahora, en el instituto, no es extraño que trabajen habitualmente en el aula con tabletas y portátiles.

Y como todo se precipita y agudiza en la adolescencia, esa etapa de transición de la dependencia a la independencia en la relación con los padres, de revolución hormonal y necesidad de establecer una identidad personal propia, no es de extrañar que la comunidad en internet se haya convertido en la forma más importante de relacionarse con sus iguales.

«Hoy en día, el móvil forma parte de una vida social estándar. Si no se tiene, eres una persona rara», señala Pedro Ruiz, jefe de Psiquiatría infantil del hospital Clínico de Zaragoza. Es lógico que a los jóvenes les guíe el afán de hacer lo que hace todo el mundo. «La irrupción de WhatsApp ha cambiado la sociedad y ha llevado a una interiorización del uso de móviles. En consulta nos encontramos con niños de 12 años a los que por su comunión ya se les regala un móvil con datos o una tableta. Somos actores digitales», añade.

La adolescencia (cada vez más temprana y cada vez más duradera) ha sido siempre una etapa madurativa difícil, un periodo de incertidumbre (para los hijos y también para los padres). Las amistades con gente de la misma edad son la prioridad y las ligaduras con los padres se aflojan. «Estamos ante una realidad que cada día va a más. Es un fenómeno que deben conocer los padres y es muy importante su control, pero no entendido como una violación de la intimidad de sus hijos», añade Ruiz.

El móvil o la tableta deben tener sus limitaciones. «En el Clínico detectamos que la calidad del sueño del paciente que usa mucho el móvil se ve muy afectada. Se duerme poco y no se cumplen los requisitos de dejar de mirar la pantalla una hora antes de irse a dormir, apagar los móviles durante la noche o realizar las cargas fuera de la habitación cuando dormimos», añade Ruiz. «Hay un exceso de horas y en ese exceso hay riesgos de exponerse a conductas de autolesión, bulimia, anorexia o pornografía», cuenta.

Así, con 12 años ya es visible la triada de redes sociales: WhatsApp, Instagram o Snatchap. «Una de las preguntas obligadas que hacemos en la primera consulta con el paciente es saber si dispone de móvil y si usa internet. Y todo lo que nos encontramos, en su mayoría, es afirmativo», señala Ruiz. «Las redes sociales forman parte de las posibilidades de adicción al mismo nivel que, por ejemplo, el alcohol. El tema de las apuestas deportivas es un fenómeno peligroso», dice.

«Hay que dejar claro cuánto rato y dónde pueden conectarse»