Unas grietas en el cimborrio y los desprendimientos de varias piezas y decoraciones disparó la alarma a principios de los 80 en la catedral de Tarazona, que en 1982 tuvo que iniciar así una serie de obras para evitar que el templo se desplomase. En 1984 se cerró la nave central y solo la capilla de San Andrés se mantuvo abierta al culto, mientras los turiasonenses veían cómo poco a poco se iban apuntalando las pilastras y el cimborrio.

José Manuel Pérez Latorre fue el primer arquitecto en trazar un plan de actuaciones. Hizo un estudio geotécnico que venía a deducir que existían corrientes de agua que arrastraban los áridos, lo impedía que los cimientos se asentaran. Latorre hizo trabajos preventivos además de proteger el coro, apuntaló el cimborrio y la nave central, consolidó el subsuelo con inyecciones de cemento y reconstruyó los arbotantes que faltaban.

A los políticos les pareció demasiado potente la obra del subsuelo y Pérez Latorre dimitió, tras lo que la dirección de obra pasó Ricardo Aroca. Él creyó también que los problemas venían de las corrientes subterráneas y planteó crear gran zanja que regularizara el nivel freático. También planteó refuerzos de cimentación en el claustro y crear en él un museo de la catedral. Una acción que fue controvertida pues modificó los niveles del claustro.

El plan director

Después de apartar a Aroca, la DGA, ministerio y obispado sacaron a concurso un plan director, que ganó el equipo de Fernando Aguerri, compuesto por 40 personas (petrólogos, ingenieros, arqueólogos, historiadores...) y que empezó a trabajar a finales de 1996. "Iniciamos un análisis desde todos los puntos de vista para conocer el edificio en su integridad y no solo para restaurar, sino que se investigan documentos, restos arqueológicos, se plantea un plan de gestión, de mantenimiento de la fábrica, etc", explican Fernando y José Ignacio Aguerri.

Tras ese estudio "se concluyó que desde el siglo XVI existe un equilibrio inestable que había funcionado bien hasta el siglo XX". Las condiciones hidrogeológicas no habían cambiado, pero sí que las intervenciones del siglo XX con el cambio de arbotantes, cubiertas, etc, habían causado efectos secundarios. "Llegamos a la conclusión que ese equilibrio inestable se quebró con intervenciones aparentemente correctas, pero era como un castillo de naipes. Los problemas no estaban en el subsuelo, sino en el esqueleto y buscamos estabilizar el edificio", cuentan.

Primero se procedió a consolidar las zapatas y la cimentación a nivel superficial, para que el edificio no se moviese. Después hubo que reconstruir los arbotantes y otros elementos de la estructura, sillería, tirantes... Luego se procedió a eliminar las humedades del subsuelo creando una cámara perimetral de saneamiento.

Del gótico al renacimiento

A partir de ahí se procedió a la recuperación del espacio arquitectónico y elementos decorativos, comenzando por el cimborrio a raíz de la aparición de las pinturas renacentistas, la nave central, el crucero y la galería exterior. Se hizo así "una restauración científica", con el criterio de tratar cada cuerpo intervenido, por ejemplo una capilla, de forma interdisciplinar y por sí solo.

En una catedral eminentemente gótica en su fábrica, la aparición de las pinturas renacentistas del cimborrio y la cúpula del altar mayor conllevó una reversión del trabajo de Chueca Goitia que trató de recuperar el templo gótico a mitad del siglo XX. Y es que la aparición de dichas grisallas es tan importante que la historiadora Carmen Gómez Urdáñez, miembro del equipo de Aguerri, asegura que "no existe nada igual en España, y en Europa solo se pueden encontrar obras semejantes en cámaras privadas. No hay ninguna catedral que en su cimborrio tenga figuras humanas con una desnudez tan elocuente". De hecho, entre los especialistas, se habla ya de la catedral de Tarazona como de "la Capilla Sixtina del Renacimiento español".

Así las cosas, los hermanos Aguerri lo tuvieron claro: "Respetamos el aspecto exterior de la catedral (la obra gótica con decoración mudéjar), pero dentro apostamos por recuperar el aspecto renacentista. Apostamos por la catedral que llegó al siglo XX y tenía todas las etapas anteriores", dicen. Las pinturas renacentistas eran tan potentes que eclipsaban las transformaciones del siglo XVI y convivían perfectamente con las reformas barrocas, neoclásicas y la funcional pintura del siglo XIX que unifica el templo. Es la catedral que ahora se puede ver, donde todos los estilos brillan por sí mismos y en el conjunto, haciendo de la catedral de Tarazona un monumento único.