La sorpresiva renuncia de Manuel Ureña "por motivos de salud" se tornó en extraña cuando en la misma rueda de prensa que lo anunció, fue preguntado por sus dolencias. El arzobispo dijo que se encontraba fuerte y que lo hacía por el "bien de la Iglesia". Unas palabras que con el tiempo han cobrado otro significado. Curioso resultó que no se quedara de administrador apostólico hasta la llegada de su sucesor, sino que fuera nombrado el vicario general Manuel Almor, y más llamativo todavía que, ya de emérito, no haya establecido su residencia en Zaragoza. Ureña permaneció unos meses en un piso prestado, con escasa cobertura de la diócesis, y finalmente ha optado por marcharse a Valencia. Desde entonces han sido escasas las apariciones públicas y visitas a la capital aragonesa.