Ese abrazo rabioso de Zapater y Belsué al final del partido lo define todo. Fue un estrujón de apenas un segundo que condensó el sentimiento del zaragocista de bien, el que sufre y padece en casa al margen de protestas organizadas o redes sociales; el que quiere a su equipo con el alma, por encima de todo, de todos; el que se desgarró gritando los goles como antaño, pensando que la imponente victoria en Huesca puede ser el principio del fin. Tiene derecho a creerlo, al menos esta semana. La razón se la da esa media hora final a la que agarrarse con fe antes de que Zapa y el Flequi, orgulloso pasado y presente de La Romareda, apretujaran su felicidad en la celebración del renacido Zaragoza. Revivió en El Alcoraz, en un día que andaba más para funerales que para ese fútbol de raza y talento que fulminó al Huesca.

Esta semana, si no hay interés mediante, no se hablará de Raúl Agné ni se insistirá en el inaudito linchamiento a Narcís Juliá. Los fichajes del director deportivo, a excepción del guardameta Saja, jugaron ayer. Y lo hicieron bien. Notable Jesús Valentín en el centro de la zaga, aceptable Edu Bedia en el tramo más confuso y difícil del encuentro, suficiente Feltscher pese a ser un recién llegado. Del resto que pasaron por el césped, casi todos llegaron en un momento u otro con Juliá al mando. Irureta, Marcelo Silva, Ros, Zapater, Xumetra, Edu García, Cani, Casado o Dongou intervinieron en los mejores minutos del Zaragoza de esta temporada.

Juliá no es mejor ni peor que anteayer, pero el fútbol a veces permite poner las cosas en su sitio. Láinez disfrutará hoy del partido de su Aragón en Cuarte y Agné toma aire en el día más señalado del fútbol aragonés. Hizo cambios notables en el once, se olvidó de alineaciones raras, incluyó variaciones interesantísimas durante el partido. Al contrario de lo que pareció otros días, el Zaragoza ayer solo quería ganar. Cuestión de honor, para no olvidar. Lo demostró su entrenador con los ambiciosas sustituciones, lo interpretaron sus futbolistas en una representación de intrepidez y coraje.

«Nosotros sí creemos, no nos vamos a rendir», repitió Agné al final, dejando un mensaje que la afición ya había entendido. Lo vio en la actitud y los gestos de sus jugadores, en el compromiso de ese equipo desalmado de semanas atrás. Ayer aplastó a un Huesca tosco, que se sintió más cómodo y fue mejor hasta que marcó, que luego no entendió el partido, se suicidó. El Zaragoza lo pulverizó con fútbol y pasión, convirtió la tempestad en agua bendita. Crisis? What crisis?