Plenas se halla en una larga vaguada que desciende de la vertiente norte de la Ibérica, un poco a resguardo del cierzo que barre casi de continuo el Campo de Belchite. Está a 85 kilómetros de Zaragoza, en medio de un ondulante mar de campos de secano en el que cada día vive menos gente.

Pero a los plenenses que resisten en el pueblo, solo 65 en invierno, aunque llegó a tener 700 en sus buenos tiempos, eso no parece importarles demasiado. En su mayoría son jubilados y tanto ellos como los menos viejos se sienten a gusto en su patria chica.

«No echo nada en falta», asegura Florencio Gracia, de 81 años, que ha salido a media mañana a que le dé el sol en la plaza de Manuela Sancho, heroína de los Sitios nacida en Plenas.

Este octogenario, que tiene tres hijos, dos en Zaragoza y uno en Valencia, cuenta que «una médica, una practicanta y una farmacéutica» se pasan tres días a la semana por el pueblo a pasar consulta. Y que la Ley de Dependencia les permite, a su mujer y a él, disponer de una asistenta social que vela por su bienestar.

La elevada media de edad de los vecinos hace que tengan muchas necesidades en cuestión de atención sanitaria. Cuentan con un centro de atención primaria en Azuara, a 20 kilómetros, adonde los traslada una furgoneta adaptada que sufraga la comarca. Por 6,50 euros, un precio subvencionado, el mismo vehículo los lleva a los hospitales de Zaragoza.

PISOS EN ZARAGOZA // El transporte escolar, ya sea al colegio de Moyuela (a cinco kilómetros) o al instituto de Belchite (a 40), lo cubren los padres o bien compañías de autobuses que ofrecen un precio asequible. Claro que solo hay dos niños y ningún adolescente.

Reyes, que regenta el bar del pueblo, asegura que la clave para vivir en Plenas «es acostumbrarse». «Los inviernos son como son, pero en verano hay más ambiente, pasamos de 65 a 400 vecinos», dice.

Con todo, el ayuntamiento y la comarca se mueven para que los residentes tengan distracciones y se mantengan activos. «Hay varios monitores que dan cursillos de deportes, un gimnasio y un polideportivo con piscina», sigue Reyes. Por eso no entiende que, en los periodos de vacaciones, haya zaragozanos que le digan que se aburren en Plenas, «como si les defraudara no encontrar los mismos centros comerciales que en la ciudad».

Emiliana, que se toma algo en la barra del bar, tiene 97 años. Lleva toda la vida en el pueblo y asegura que está «igual de bien haya más o menos gente». Claro que los habitantes de la localidad no son robinsones perdidos en un mar de despoblación.

«Muchas familias de aquí tienen un piso en Zaragoza y van y vienen de un sitio a otro, en función de sus conveniencias y de la época del año», explica Juan José Ruiz, que es concejal en el vecino pueblo de Loscos.

El caso contrario es aún más frecuente. Zaragozanos, sobre todo taxistas, que conservan casa y tierras en el pueblo y cada dos por tres se dan una vuelta para trabajar o desconectar.

En Plenas solo hay una tienda que no siempre está abierta. A cambio, recibe la visita de furgonetas que venden pan, fruta, pescado y otros alimentos determinados días de la semana.

HUERTOS FAMILIARES // Los principales medios de vida de la escasa población activa del municipio, unas 15 personas, son la agricultura y las granjas de pollos y cerdos. «La vida aquí es tranquila, hasta el punto de que te molesta que haya mucho jaleo», confiesa José Miguel Gracia, labrador de 50 años. «Lo que más se echa en falta es una herrería y un taller mecánico para reparar los tractores y los coches», señala.

La política local va encaminada a hacer la existencia lo más agradable posible a los vecinos que se niegan a emigrar. Esta última década, por ejemplo, se han creado 40 pequeños huertos junto al río. «Para muchos ancianos, cultivar hortalizas se ha convertido en la mejor distracción en cuanto llega el buen tiempo», dice Baltasar Yus, el alcalde.