Durante el primer Concilio Ecuménico de Nicea, convocado por el Emperador romano Constantino en el año 325, se debatió sobre el problema de en qué fecha habría de celebrarse la Pascua, fiesta en la que la Iglesia conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Y es que las diferencias de criterio entre los obispos de los primeros siglos del cristianismo sobre esta fiesta suprema -la más antigua para los cristiano- estuvo a punto de provocar un prematuro cisma entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente.

El heresiarca Arrio --280-336-- sostenía que Jesucristo era hijo de Dios solo por adopción, pero no por naturaleza, y que el Padre era el único verdadero Dios. Es lo que en la historia del cristianismo se conoce como la doctrina de inferioridad del Verbo de Dios. De modo que, a pesar de que el arrianismo ya había sido condenado en el año 319, en el Concilio de Alejandría, muchos obispos seguían manteniéndolo. La cuestión se dirimió finalmente en el Concilio de Nicea, en el que los obispos declararon al Hijo --Jesucristo--, consustancial al Padre --es decir, de igual esencia--, redactando el verdadero símbolo de la fe cristiana. Asimismo el Concilio de Nicea sirvió para fijar la fecha definitiva de celebración de la Pascua, en el primer domingo siguiente al primer plenilunio de primavera, según se celebraba ya en la iglesia de Roma.

¿Y por qué se decidió celebrar la Pascua en esa fecha concreta? pues por el hecho de que los Evangelios coinciden en afirmar que la muerte de Jesús tuvo lugar durante la Pascua judía --Pesaj--. Fiesta solemne que los judíos celebraban desde el día 14 de la luna de marzo --cuando el pueblo Hebreo, guiado por Moisés, salió de su cautiverio en Egipto partiendo de la ciudad de Ramases hacia la Tierra prometida-- y hasta el 21 del mismo mes, en que atravesaron el Mar Rojo, perseguidos por el faraón, cuyas tropas quedaron sepultadas bajo el mar. La Pascua judía duraba 8 días, en los que cada familia inmolaba un cordero blanco, sin mancha alguna, que era comido con pan sin levadura --pan ázimo--, manchando previamente la puerta de las casas con la sangre del cordero, señal de la salvación de los judíos.

En cuanto a la Iglesia católica, la Pascua consiste en la celebración de la Resurrección de Cristo, una fiesta variable, --este año tiene lugar el 27 de marzo--, que coincide con el domingo que sigue al primer plenilunio después del equinoccio de primavera --o sea que puede tener lugar entre el 22 de marzo y el 25 de abril--, y a la que precede --inmediatamente-- la Semana Santa.

El domingo de Pasión --también llamado antes domingo de Lázaro-- es el penúltimo de la Cuaresma, y antecede siempre al domingo de Ramos, rememorando la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de una burra, cuyos habitantes le recibieron con júbilo alfombrando el suelo a su paso, con ramos de olivo. En la liturgia cristiana estos ramos tienen gran importancia, pues durante la vigilia Pascual del sábado Santo los ramos son quemados a las puertas de la iglesia, y bendecidos por el sacerdote, guardándose las cenizas de la hoguera, pues serán utilizadas para marcar con ellas la frente de los fieles en el miércoles de Ceniza del año siguiente, con el que dará comienzo el nuevo ciclo cristiano de la Cuaresma. Esta vigilia deviene de una antiquísima tradición del pueblo hebreo recogida en el libro del Éxodo del Antiguo Testamento, como una noche "digna de ser consagrada al Señor, por ser aquella en que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, y por tanto deben celebrarla todos los hijos de Israel en adelante y perpetuamente".

En esa noche el sacerdote ilumina el cirio pascual que alumbrará durante el resto del año, y como símbolo de la Resurrección de Cristo que otorga la vida, era también durante esta vigilia cuando se celebraban los bautizos de los niños que acababan de nacer. Durante la Edad Media, la importancia de la Pascua de Resurrección fue de tal trascendencia social, que entre los siglos X y XV, el año civil empezaba en el día en que tenía lugar. A nivel popular, la Pascua de Resurrección recibe también el nombre de Pascua de Flores o Florida, pues se celebra tras la llegada de la primavera, y un antiguo refrán alusivo decía así: "Pascua de antruejo --carnaval-- Pascua bona, cuanto sobra a mi señora, tanto dona. Pascua de flores, Pascua mala, cuanto sobra a mi señora, tanto acaudala", queríase de este modo ejemplificar el hecho de que, con harta frecuencia, solo a quien le sobra o falta no le hace, da.