«El jueves me sentí violada otra vez». Este fue el desgarrador sentimiento que recorrió el jueves el cuerpo y la mente de Susana Garrido, al conocer la benevolente sentencia contra los cinco miembros de La manada. Ella es otra más de las víctimas de agresiones sexuales: en la Asociación de Asistencia a mujeres Agredidas Sexualmente (AADAS) han atendido este año 156 nuevos casos.

Garrido sufrió una agresión infinita desde los 12 hasta los 19 años. Habla con conocimiento de causa: «Por un momento esa sentencia me hizo volver a mi pasado y recordar que los jueces no juzgan con la ley sino con el machismo interiorizado y profundo que tienen dentro». Y añade con la rabia que provoca una injusticia: «La manada no solo está fuera, también está dentro del sistema judicial». Su clamor es idéntico al que ha desgarrado a otras víctimas. La indignación que recorrió la calle al conocer el fallo judicial de la Audiencia de Navarra anidó en cada una de «supervivientes», como quieren llamarse, y les hizo aflorar de nuevo recuerdos aparcados y también la rabia de sentirse desprotegidas por la justicia.

N.R. tiene 41 años y aún se le quiebra la voz al explicar lo que le ocurrió un 26 de enero en su trabajo. «Cuánto debió sufrir la chica de Pamplona con cinco hombres si a mí me agredió uno y no lo he superado», exclama con un lamento solidario. «Yo recuerdo que a raíz de lo que me pasó quise quitarme la vida. Sentí un profundo asco. Ese día cogí un estropajo y comencé a rascarme todo el cuerpo hasta que me lo dejé en carne viva. Mi abuela -continúa desbrozando unos recuerdos dañinos- tuvo que tirar la puerta del baño porque yo no quería salir, seguía frotándome».

«Cómo expresar lo que siento… llevo todo el día ausente… viviendo mi tortura y mi condena». Con estas palabras ácidas y entrecortadas, B.T.E. reaccionó el jueves, nada más conocer que los agresores de La manada solo habían sido condenados por abusos sexuales, pero no por violación. Ella tenía 14 años cuando un hombre le asaltó en el portal cuando se dirigía al colegio a las 9 de la mañana. «No era ni de noche ni iba borracha», explica para criticar las acusaciones contra la víctima de La manada.

«Yo dije no y no solo con palabras», explica porque gritó y pegó a su agresor. «Me puso una navaja en el cuello, pero no me quedé bloqueada. Me siento muy orgullosa de mí misma», cuenta, y se te encoje el corazón porque la oyes llorar al otro lado del teléfono. Se disculpa, sin motivo, porque cada noticia «te hace revivir el suceso», dice. Y te da las gracias «por ser mi voz en esta denuncia», añade. «Luché contra él. Mi madre me dijo que me podía haber matado, pero yo prefería estar muerta que violada», dice con rabia. B. recibió una paliza, el agresor le desgarró la ropa y le hizo una raja en la cara con la navaja. Recuerda que la justicia no le ayudó en absoluto. «El día del juicio yo acababa de cumplir los 18 años y el magistrado mandó quitar las mamparas que me ocultaban del agresor y lo vi. Entonces sí que me quedé bloqueada», acusa.

Volver sola a casa

El miedo, el horror y el pánico siguen estando muy presentes en todos los relatos: «Es una tortura el volver a casa sola por las noches… o bueno, también por el día», dicen. N.R. recuerda el momento de terror. «Me hice pis encima y la regla me vino de golpe. Yo era virgen», cuenta.

Comentarios ofensivos, miradas… Alexandra Membrive, superviviente de abuso sexual infantil, critica que la justicia está a años luz de la víctima y remata: «Totalmente alejada de la protección a la agredida». Esta presidenta de la Asociación El Mundo de los ASI se pregunta: «¿Cómo han podido esos jueces de Navarra dictar esta sentencia tras lo que sucedió con las multitudinarias manifestaciones feministas».