Una de las características de los mentalmente insanos es su incapacidad para distinguir la realidad de la ficción. Con esa regla en la mano, Carles Puigdemont, el lunático ocupante de la Generalitat, acreditó ayer, nuevamente, no estar en sus debidos cabales.

Porque este alunado y anacrónico beatle, cuyas penosas letras destilan el vintage de las dictaduras, y a quien nadie, pues nunca se ha presentado a una elección autonómica, ha elegido para ocupar un puesto desde el que ha vulnerado la Constitución y media docena de leyes fundamentales, se cree justificado para arrogarse la representatividad y mayoría de un pueblo al que llama soberano y pretende declarar independiente. Acaso para autonombrarse él mismo, imagino, presidente del Gobierno de una loca república, tal vez honoríficamente presidida por el antaño muy honorable Jordi Pujol. Antaño.

La locura del nacionalismo catalán ha desatado un concierto que tiene desconcertados incluso a sus más virulentos seguidores, pero está aún por ver que algún sargent pepper sea capaz de poner orden en este conjunto desmelenado donde cada cual toca su instrumento a su manera. Rajoy, desde su retiro, escucha el concierto con jaqueca mientras sus sargentos, los de verdad, piden medios y refuerzos, y a ser posible que cese la chirriante música de la Generalitat, como un taladro que pretende agujerear el statu quo y tiene insomnes a los ministros de Interior y Defensa.

El Rey, en medio del caos, ha garantizado un cambio de música, de paso, siendo de esperar de un inmediato y necesario acuerdo de los partidos leales a la legislación vigente que ese modo y ese ritmo sustitutivos de la monótona tabarra de Puigdemont se ajusten mayormente a la Constitución que a la música militar, a la corneta de la Legión (me dice un pajarito que con una pata de la cabra en Catalonia) o al miserere con que más que probablemente terminará la mediación del arzobispo Omella, si a producirse llega.

Concluya por favor cuanto antes este loco concierto y prográmennos a los catalanes y españoles cabales un nuevo festival sin sargentos ni locos, donde ni resuene la nostalgia ni chirríen los ritmos modernos. Bailemos y cantemos juntos, como siempre, las canciones que surgen del corazón, nunca las consignas del odio, nunca el homenaje a la sinrazón, evitando el estrambote, la pimienta y el playback.