Guadalupe tenía 17 años, unos ojos preciosos y mucha gracia cuando paseaba por el escenario del teatro de la Sociedad Obrera y Agrícola de Cella la bandera republicana. Representaba con un nutrido grupo de jóvenes actores la sublevación de Galán y García y cantaban:

Cuando se formó la España, según los escritos mandan, que todos somos hermanos y nuestra madre la patria. Si es nuestra madre la patria ¡qué mal se hizo la parte! que vosotros estáis hartos y nosotros muertos de hambre.

Era un éxito artístico y político pero la escabechina que siguió al 18 de julio de 1936 en Cella frustró la trayectoria del cuadro de actores. A Guadalupe la detuvieron una mañana de ese verano, y su madre corrió tras ella: "Voy donde vaya mi hija", gritó a los falangistas que se la llevaban. Fue y las fusilaron a las dos.

Guadalupe Sánchez y su madre, Tomasa Lorente, son dos de los 1.005 cuerpos que hay enterrados en los pozos de Caudé, una inmensa fosa común situada a pocos kilómetros de Teruel, en la carretera de Zaragoza. La cal con la que cubrían los cuerpos de los hombres y mujeres fusilados, amanecer tras amanecer, no deja crecer las acacias que Francisco Sánchez, presidente de la recién constituida Fundación Pozos de Caudé, se empeña en plantar. Cuando murió Franco partidos de izquierda y sindicatos levantaron un monolito para dignificar la fosa común. Ahora, PSOE, Izquierda Unida, Partido Comunista, UGT, CCOO y CNT, han constituido una fundación para recuperar la memoria de los muertos; su identidad, si es posible, y recordarles con el respeto que merecen.

El abuelo de Francisco Sánchez, Francisco Sánchez Ortiz, dirigente de la Sociedad Obrera y Agrícola de Cella y militante de la UGT, está con Guadalupe y Tomasa en el fondo del pozo. Lo detuvieron el 26 de agosto del 36 y lo fusilaron horas después. "Eran las seis de la tarde, yo estaba jugando en la calle con mis amigos cuando llegaron unos falangistas y detuvieron a mi padre. Dijeron que se lo llevaban al cuartelillo para declarar y una prima de mi madre, que era de derechas, dio la cara por él y se fue con mi madre a Teruel para buscar influencias, pero no tuvo nada que influir. Le dijeron que lo habían fusilado por la noche".

Paco Sánchez tenía 13 años ese agosto del 36. Hoy, a sus 79 años, recuerda con absoluta nitidez ese día, los siguientes y los siguientes de los siguientes. No da ni un respiro al olvido. "Supimos que mi padre consiguió romper la cuerda de máquina con la que le habían atado las manos e intentó escapar, pero le aconsejaron que no lo hiciera: irán a por tu mujer y la matarán", le dijeron. Habría dado igual. A su mujer, Librada Ortiz Hernández, fueron a buscarla unos días después. Se escondió en un pajar y sus parientes más directos dijeron que había ido a Fuentes Claras a pedir ayuda a unos familiares. Por la noche preparó una yegua, ató a sus dos hijos más pequeños a los aparejos del animal y la soltó. Librada sabía que la yegua iría sola hasta el monte Carrascal y allí se encaminó con sus tres hijos mayores sorteando pajares y burlando a los falangistas que montaban guardia. "Cuando llegó la yegua con los niños pequeños fuimos a la masada de Torán, camino de Bezas que era zona roja, pero al llegar allí nos asustamos, porque había brasas. Aparecieron dos hombres y le gritaron a mi madre ¿adónde vas? Y mi madre, que tenía un par de pelotas --dígalo así, pide Paco--, les respondió: con los rojos. ¡Pues aquí nos tienes! gritó uno de ellos abrazándose a mi madre. Se quitaron la gorra y vimos que eran mujeres. ¿Dónde se había visto mujeres con pantalones?" pregunta Paco. Las milicianas nos llevaron a Bezas en un camión del batallón de Azaña y cinco días después mi abuelo materno y dos primos vinieron a buscarnos.

DETRAS DE LOS 86 fusilamientos que hubo en Cella en el verano del 36 está el espíritu de la Sociedad Obrera Agrícola, un proyecto cooperativo que ya estaba muy extendido en el Teruel republicano en contraposición con la estructura caciquil. Muchos de estos socios también están en el pozo de Caudé con su padre, con Guadalupe y su madre Tomasa...

Para completar la lista de 1.005 fusilados a los que la fundación quiere rendir homenaje sólo hay que dar un rodeo por el entorno de Teruel capital. La consigna de Mola el 19 de julio del 36 --"sembrar el terror eliminando sin escrúpulos a todos los que no piensen como nosotros"-- explica tantas tapias de cementerios laceradas con plomo, tantas cunetas sembradas de cadáveres y ese pozo de 84 metros de profundidad que se quedó pequeño y hubo que cavar varias fosas alrededor.

Eloy Villanueva también quiere recuperar la memoria de su padre, Carlos Villanueva, fiscal de Cella en el 36, que también fue fusilado junto al bocal del pozo. "Se llevaron a mi padre y dejaron a mi madre con la luz del sol y cuatro hijos, el mayor de 9 años y la pequeña de seis meses", relata Eloy. "Yo tenía 7 años y tengo grabada a fuego esa noche, con mi madre llorando a gritos ¡lo van a matar, lo van a matar! y yo encogido de miedo, acurrucado como un ovillo". Al padre de Eloy se lo llevaron en el último camión que salió de Cella cargado de presos. "Si hubo un último camión fue porque vino un teniente de la Guardia Civil a poner orden en el pueblo y ya no admitió más denuncias sin fundamento". Y si las hubo, al menos no fueron ejecutadas al libre albedrío de cuatro matones. Fue ese teniente de la Guardia Civil el que acabó con la sangría incontrolada de Cella, pero no pudo hacer nada por Emilia Pardos Casino, la mujer del alcalde, Román Lanzuela: "El pudo escapar antes de que lo detuvieran, pero a ella la cogieron y la fusilaron".

LO DE CAUDE fue un auténtico holocausto, cuentan los testigos de aquellos días amanecidos en sangre. Lo contó un pastor de Concud que guardaba el rebaño en una paridera cercana y noche tras noche contaba los tiros de gracia y los anotaba en una libreta, uno a uno hasta 1.005. Contó también que se acostumbró al sonido seco de las balas pero no olvidó nunca los gritos de un herido que pedía una soga desde el fondo del pozo. Un saco de cal viva acabó con los gritos que desvelaban al pastor. Lo contó José, un arrepentido que se había afiliado a la Falange con 17 años y que no pudo soportar aquel horror. "La primera vez que lo llevaron al pozo se cagó en los pantalones", cuenta Paco. "Era un crío y no tenía valor", justifica Eloy.

TANTO PACO COMO ELOY hacen esfuerzos para no dar nombres. A veces se les escapa alguno, un nombre de pila seguido del alias: El Cojo Cora, el Estanquero de Teruel, el Falangista de Calamocha... y Francisco Sánchez, hijo de Paco y presidente de la Fundación Pozos de Caudé los frena: "No sirve de nada", les dice. Pero Paco y Eloy han abierto la compuerta de los recuerdos y quieren rendir homenaje a Los Colorados, cinco hermanos de Cella asesinados por el mismo artículo que los demás, por no pensar igual que Mola. Paco Sánchez acaricia las hojas de un cuaderno en las que tiene anotados los nombres de los 86 vecinos de Cella fusilados. Junto al nombre aparece la edad, la profesión y el número de hijos si los tenían. "Tome nota", dice a la periodista: Nicolás, Juan, Fidel, Julián y Joaquina González Casino, conocidos por Los Colorados y fusilados el mismo día. Todos dejaron viudas, viudo e hijos.

También Eloy quiere tener un recuerdo muy especial para su tía Felisa Hernández Rubira: "La llamaron a la plaza. Allí los concentraban a todos y leían sus nombres en voz alta para que subieran al camión. Mi tía Felisa se encontró en la plaza a su madre y a su hermana. Cuando la llamaron para subir al camión el soldado que pasaba lista la reconoció y dijo que había un error. No subas, le dijo, y mi tía echó a correr. Cuando salió de la plaza reparó en su madre y su hermana, pero no tuvo valor de volver a despedirlas".