Ayer se cumplían 116 años desde que el tren llegó a Teruel, y era la última de las capitales a la que lo hacía. Y sus vecinos temen que sea la primera en que desaparezca, dada la desidia con que se trata la línea. Basta pensar, como repasaba el portavoz de Teruel Existe, Manuel Gimeno, que hay 22 tramos entre Valencia y Zaragoza en los que el estado de la vía impide superar los 60 kilómetros por hora, y en varios de ellos no se puede superar los 20; algunos de estos, para más inri, en el tramo entre las capitales aragonesas, teóricamente preparadas para la alta velocidad.

Las consecuencias son claras; es más rápido dar un rodeo por Madrid con el AVE, y más veloz y barato ir de Zaragoza a Teruel en bus, que con los tiempos modernos del tren.

El resultado lo conocen solo los expedicionarios de Teruel Existe, sino quienes esperaban a familiares llegados de la capital bajoaragonesa. «Yo he pasado hasta miedo, vas tu sola en el vagón y no hay ni revisor que te pueda ayudar si se sube alguien», explicaba una señora.

Aventuras

Uno de los componentes de Teruel Existe, Pedro Abad, lo exponía claramente. «Yo soy usuario habitual, y es un tren multiaventura», ironizaba. «No sabes a qué hora lo vas a coger, ni cuándo vas a llegar. El pasado 31 de diciembre, por ejemplo, fuimos en un Tamagotchi sin calefacción y con un solo motor. Recuerdo a dos personas que tuvieron que estar esperando una hora en Encinacorba, a la intemperie y con una gran cencellada cayendo. ¿Cree que van a tener ganas de volver a cogerlo?», exponía.

Para Domingo Aula, «esto está organizado para ir dejando morir la vía, y con ella el corredor. Da un servicio nefasto, por calidad y por falta de personal», lamentaba. En la misma línea, Rosa Navarrete explicaba que sus hijos sí son usuarios de la línea, porque «estudian fuera», pero «no tanto como les gustaría». María Pilar Blasco apuntaba otro problema, ya que con los escasos trenes al día y los retrasos, ni siquiera se puede estar seguro de realizar el viaje de vuelta.

Sin viajeros, es difícil justificar la necesidad de inversión, y sin ella la línea «agoniza» y tampoco es apta para mercancías. Un círculo vicioso que iniciativas como la de ayer tratan de romper.

Lo hacían con optimismo, como Tomás Gimeno, visiblemente entusiasmado por la acogida durante el trayecto, con «ayuntamientos enteros» saliendo al paso del convoy. «La gente siente que la línea está en peligro», decía.

Quizá sirva para movilizar conciencias, que para José Cañada, siguen dormidas: «Lo hicimos mal, pedimos arreglos cuando había que pedir el AVE. Es como Dinópolis, que no querían que se hiciera, ¿sabe la cantidad de gente que viene?».

Si es por lo visto ayer, empeño no faltará para que el Abandono de Infraestructuras Ferroviarias, como irónicamente se refirieron a Adif, no olvide «a ese abandonado pedazo de Aragón que es Teruel».