El Museo Bíblico Escolapio (ubicado en el colegio Escuelas Pías de Zaragoza, en la calle Conde de Aranda) fue el primero de sus características que se creó en España, y aún hoy en día uno de los dos únicos existentes en España junto con el los Franciscanos, en Santiago de Compostela, aunque este fue puesto en marcha posteriormente.

La iniciativa de crear un museo bíblico surgió del espíritu filantrópico e inquietudes pedagógicas que caracterizaron al sacerdote escolapio Miguel Balagué Salviá (1910-1988), uno de los grandes biblistas españoles del siglo XX. El padre Balagué hablaba perfectamente el griego antiguo y el hebreo, lenguas de las que fue profesor, junto con la asignatura de Sagradas Escrituras, en el noviciado escolapio de Irache (Navarra) entre 1939 y 1941, y posteriormente, en el de Albelda de Iregua (La Rioja).

Maquetas

Fue precisamente en el monasterio de Albelda, durante el verano de 1949, donde dirigidos por él, un primer grupo de jóvenes escolapios (Ignacio de Nicolás, Jesús Ramo, Octavio Fullat) construyeron la primera maqueta del museo: el templo de Jerusalén; a esta maqueta le seguiría otra, con la reproducción a escala de la región de Palestina.

En años sucesivos el museo, y el grupo de escolapios implicados en la materialización del museo se fue ampliando,hasta su primera ubicación en Albelda. Más tarde, en el año 1962, se trasladó al colegio de los escolapios en Salamanca, y en 1999 llegó al de Zaragoza. Su apertura al público requirió del esfuerzo de muchas personas, especialmente del padre Jesús Ramo, quien contó con la colaboración de los también sacerdotes escolapios Amador Santamaría (actual director del museo) y Luis Domeño.

El Museo Bíblico de Zaragoza es el mejor recurso didáctico existente en España para que niños y jóvenes puedan comprender mejor la vida de Jesús, el tiempo en que vivió y la tierra por la que transcurrió su vida. Pero además, el espacio ofrece también la posibilidad de visitar, sin movernos de la ciudad, los paisajes, monumentos y ciudades más emblemáticos de la vida de Jesús y sus apóstoles.

En el museo se hallan instalados diversos mapas luminosos de gran tamaño (fabricados de manera artesanal, y con fidelidad absoluta a la geografía que reproducen), más de veinte vitrinas expositoras, y otras tantas maquetas a escala de monumentos y relieves orográficos de los escenarios de Jesús. Se trata sin duda alguna, de auténticas obras de arte distribuidas en orden cronológico e histórico, que nos transportan, a modo de efectista túnel del tiempo, hasta mil años atrás.

En el Museo Bíblico Escolapio conoceremos cómo era el Arca de la Alianza, cómo la transportaban los judíos, y qué es lo que se hallaba en su interior; además, veremos en reproducciones cerámicas cómo eran las vasijas en las que se escondieron los manuscritos de Qumram, y cómo se hicieron los pairos y pergaminos en que fueron escritos. Contemplaremos también dónde estaba el Monte Calvario, el lugar en el que fue crucificado Jesús, y admiraremos los palacios de Herodes, Caifás y Pilatos, así como la plaza pública donde el gobernador romano expuso a Cristo ante los judíos para que decidiesen a quién querían crucificar, si a él o a Barrabás.

La columna

El Museo Bíblico ha recreado asimismo una reproducción exacta de la columna en que los romanos ataron a Jesús para azotarlo (la original se conserva todavía en el interior de la basílica de los padres Franciscanos en Jerusalén), y la lanza del legionario Longinos, que atravesó el costado de Cristo ya en la cruz. Destaca también una gran maqueta a escala de la ciudad de Jerusalén, en la que unos haces de luz progresivamente iluminados indican los distintos caminos recorridos por Jesús (Huerto de los Olivos, Palacio de Herodes, Sanedrín, Torre Antonina) hasta su llegada al Calvario, donde fue crucificado y sepultado.

El museo incluye asimismo más de cincuenta biblias de todos los tiempos y en diversos idiomas (también en aragonés, en una magnífica traducción del sacerdote escolapio --ya fallecido-- Pedro Recuenco. Y es que fue también un escolapio, el sacerdote Felipe Scío y Riaza (1738-1796) quien por encargo de Carlos III, tradujo en 1780 por vez primera la Biblia completa al castellano.