El coworking es algo más que la oficina compartida de toda la vida, donde varios profesionales se repartían un despacho para ahorrar gastos. Lo que se estila ahora --o ya desde hace años, porque el primer coworking nació en California en 1999 -- es ir a trabajar a un espacio alquilado en un local en el que se puede contactar con otros profesionales con los que, en un momento concreto, se pueden realizar proyectos comunes. Y no necesariamente digitales o vinculados a internet. Los hay de todos los perfiles, aunque abundan los de diseño y servicios a la persona.

Tras extenderse por Madrid y Barcelona, estos espacios llegaron a Zaragoza hacia el 2008. "A partir de la crisis pasamos de un modelo empresarial basado en la competitividad a uno mucho más colaborativo", comenta Julia Julve, gerente del espacio de coworking La Ronda y responsable del Centro de Incubación Empresarial Milla Digital (CIEM). "El incremento de la cooperación y el objetivo de minimizar costes han sido las principales causas de la instalación de esta forma de trabajar en nuestro país", insiste. Tanto ha sido su éxito que en el 2013, España era el tercer país con más centros de coworking del mundo, tras EEUU y Alemania.

En estos centros, tanto los públicos como los de iniciativa privada, se impulsan espacios de networking donde se fomentan sinergias. "Es la forma natural de buscar contactos", añade Julve. A la hora de hacer negocios "estar concentrados en el mismo espacio crea cierta confianza, que a la larga lleva a que unos se conviertan en clientes de otros", aclara.

Tras abrirse a otros sectores, Belén Gimeno, gestora de B+B Coworking, admite que "cuanta más diversidad, más se enriquece el centro. Los conocimientos se comparten y se recibe asesoría gratuita por parte de profesionales que trabajan a tu vera".

"Conectamos mucho, siendo la mayoría autónomos y con centros de interés comunes. Tenemos las mismas preocupaciones, el mismo lío de papeleo y buscamos una clientela parecida", relata Pedro Etura, responsable de El Súper Espacio. Estos emprendedores buscan a través del coworking relacionarse con otras firmas pero, sobre todo, con otras personas. "Este proyecto nace de la necesidad de establecer contactos y no estar en casa solos", aclara Etura, que insiste en el beneficio de separar vida personal y profesional. Esta división de horarios hace que muchos espacios funcionen de ocho a 20 horas, aunque algunos ofrecen las llaves a los usuarios para que puedan alargar jornadas por puntas de trabajo o porque colaboran en proyectos internacionales con otros horarios.

Otros usuarios del coworking son aquellos empresarios extranjeros que están un tiempo determinado en la ciudad y no quieren alquilar local, así como autónomos que necesitan un cambio.

Todos coinciden en destacar el ahorro que supone utilizar estos centros, además de evitar la inversión inicial que supone tener un local propio. Los puestos incluyen todo tipo de costes, desde wifi a servicio de consultoría para emprendedores. Un puesto fijo durante todo el día cuesta entre 100 y 200 euros al mes según el tipo de local. Hay tarifas por día, por franjas horarias y precios especiales para grupos, como es el caso de los despachos individuales.

Según comentan la mayoría de sus dueños, el espacio en sí solo permite cubrir gastos y ganar algo de dinero. Además, los beneficios se suelen destinar a la mejora de las infrastructuras y de los servicios propuestos. Julve resalta que el coworking "es una tendencia en alza" e insiste en el valor seguro que supone esta organización empresarial para los años venideros y en la rentabilidad que tanto sus dueños como sus miembros van a poder sacar de este proyecto.

En Zaragoza, estos espacios se gestionan a través de empresas privadas, como es el caso de CIEM Zaragoza y CIEM Torre Delicias, administrados por la compañía The Init; Zaragoza Activa, dirigida por Millenium; o La Terminal, por Hiberus. También el ayuntamiento se encarga de otros espacios, como La Armas o San Agustín.

La principal queja de los gestores privados es la competencia que hacen las administraciones, que ofrecen espacios más económicos en viveros de empresas. Estos centros tienen precios más competitivos y gozan también de más recursos y visibilidad gracias a campañas como Zaragoza es futuro. Además, sus clientes se benefician de subvenciones extra. Si un emprendedor trabaja un año en un mismo vivero público, recibe una ayuda de entre 300 y 3.000 euros según el presupuesto de la actividad empresarial.