Lo que parecía imposible hace un año y medio, se hizo ayer realidad. Donald Trump se ha convertido en el 45 presidente de Estados Unidos tras jurar el cargo frente al Capitolio ante cientos de miles de personas. En un discurso breve, de alto voltaje nacionalista y trufado con los mensajes que nutrieron su campaña, el empresario se presentó como un héroe del pueblo, prometiendo transferir el poder desde las élites en Washington al ciudadano común. Trump apeló en varias ocasiones al patriotismo y, anticipando el incierto cambio que se avecina, dijo que una «nueva visión» gobernará el país a partir de ahora. Esa idea se resume en un eslogan acuñado en los prolegómenos de la segunda guerra mundial por un aviador con simpatías filonazis:»“América, primero».

La capital amaneció encapotada para asistir a la investidura de un hombre que llega al poder con uno de los índices de popularidad más bajos que se recuerdan y que tendrá que lidiar con un país profundamente dividido. Pero entre la marea de asistentes, bastante inferior a la que presenció la investidura de Barack Obama en el 2008 por lo que muestran las fotos aéreas, se respiraba ilusión por el giro político que se anticipa. Escoltado por su mujer Melania, Trump juró el cargo apoyándose en una Biblia que le regaló su madre en 1955 y otra que perteneció a Abraham Lincoln. La lluvia, que había aguantado hasta entonces, empezó a caer cuando el nuevo presidente tomó la palabra.

LOS POLÍTICOS, UNA CASTA

«El 20 de enero del 2017 será recordado como el día en que el pueblo pasó a gobernar de nuevo esta nación». El magnate describió a la clase gobernante como una casta que se ha enriquecido «a costa del pueblo» mientras ignoraba sus tribulaciones. «Los políticos prosperaron, pero los empleos se fueron y las fábricas cerraron. El establishment se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de nuestro país», dijo recurriendo al mensaje que tan buenos resultados le dio en campaña. «Hoy no solo transferimos el poder de una Administración a otra, de un partido a otro, transferimos el poder desde Washington a vosotros, el pueblo americano».

Trump tiende a presentar la realidad con tremendismo, aunque también es cierto que lejos de los centros de poder es mucho más cruda de lo que se pinta en los discursos. Y otra vez habló de «niños atrapados en la pobreza» urbana, de fábricas que salpican el paisaje «como tumbas» y de un país infestado de «crimen, pandillas y drogas» para presentarse como un agente de orden. «La carnicería americana se acaba aquí y ahora», dijo con un lenguaje poco habitual en los discursos de investidura. «Compartimos un corazón, un hogar y un destino glorioso».

EL EXTRANJERO, PARÁSITO

Durante toda la campaña, el republicano miró afuera para explicar los problemas de EEUU, presentando a otros países como una suerte de parásitos que estarían aprovechándose de la ingenuidad norteamericana. Y esa idea no ha cambiado. «Debemos proteger nuestras fronteras de los estragos de otros países que fabrican nuestros productos, roban nuestras compañías y destruyen nuestros empleos». Trump abanderó una vuelta al nacionalismo económico como alternativa a la globalización y al supuesto despilfarro de las últimas décadas, en las que su país se habría dedicado a «subsidiar ejércitos foráneos» y «enriquecer» sus industrias. «Una nueva visión gobernará nuestra tierra. Desde este momento, será América primero».

En un guiño a la oleada patriótica de la presidencia de George W. Bush, quien fue mucho más aplaudido que Obama por el respetable al comparecer en las gradas del Capitolio, añadió: «Seguiremos dos reglas sencillas: comprar americano y contratar a americanos».

Su discurso tuvo pocas propuestas programáticas, como suele ser en gran medida habitual, aunque habló de remozar las infraestructuras, crear empleos y romper la dependencia de las ayudas oficiales. «América volverá a ganar de nuevo, a ganar como nunca antes. Recuperaremos nuestros empleos y nuestras fronteras».

El nacionalismo que desprendió su discurso lo trufó con exaltadas apelaciones al patriotismo y a Dios como protector último de la nación. No hubo, en cambio, ninguna mención a la discriminación. Tampoco extendió la mano a sus rivales políticos, como suele ser protocolario en estas ocasiones, y ni siquiera mencionó a Hillary Clinton, su rival en las pasadas elecciones. «Ya no vamos a aceptar a políticos que solo hablan pero no actúan, quejándose constantemente sin hacer nada al respecto», dijo repitiendo una de las acusaciones que le lanzó a Clinton.

Respecto al resto del mundo, Trump dijo que buscará «la amistad y el entendimiento», pero lo hará bajo la premisa de que «las naciones tienen derecho a priorizar sus intereses». «No buscamos imponer nuestro modo de vida a nadie, sino dejar que brille para convertirse en un ejemplo a seguir». Y en la única mención concreta a sus planes en política exterior, prometió lo que se antoja a corto plazo como una utopía. «Uniremos al mundo civilizado contra el terrorismo radical islámico, al que erradicaremos completamente de la faz de la Tierra». También dijo que se reforzarán viejas alianzas y se crearán otras nuevas, sin mencionar países.

Su discurso supone una ruptura radical con los últimos ocho años de Obama. La suerte que tiene Trump es que las expectativas son mucho más bajas que hace ocho años. Comienza un tiempo nuevo. Un tiempo de banderas y patriotas.