Uno de cada cuatro pueblos aragoneses está en riesgo de desaparición. En total, 187 núcleos de las tres provincias se irán extinguiendo paulatinamente si no se toman medidas para detener un proceso que parece imparable.

El problema de la despoblación afecta sobre todo a la provincia de Teruel, donde son 90 las localidades apenas pobladas que cada año pierden vecinos. En Zaragoza, la cifra también es elevada, 71 pueblos, mientras que en Huesca se registra el número más bajo, con 26 poblaciones.

Llegar a ser un pueblo en peligro de desaparición requiere tener menos de 100 habitantes. Pero también, como señala el sociólogo zaragozano Carlos Gómez Bahillo, que no haya mujeres en edad de procrear y que tampoco existan recursos propios capaces de atraer a nuevos habitantes, como el turismo, la gastronomía o la naturaleza. «Es así de crudo», subraya este especialista en temas demográficos. «Hay localidades donde la mujer más joven tiene 58 años y comarcas donde hay muy pocas jóvenes», afirma.

Un reciente estudio del Centre d’Estudis Demogràfics (CED) de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) revela que en España existen 1.840 pueblos en riesgo de extinción, la inmensa mayoría de ellos en Castilla y León, Castilla-La Mancha, La Rioja y la provincia de Teruel.

La causa de ese progresivo vaciamiento no es, como hasta hace pocas décadas, la emigración. Ahora, los motivos principales son una muy baja natalidad y una mortalidad elevada debido al envejecimiento. A ello se añade una fuerte emigración femenina a lo largo de los años.

SERRANÍA CELTIBÉRICA

El resultado es que estos núcleos, con una media de 110 habitantes, están calificados dentro de la categoría de espacios rurales en riesgo de despoblación irreversible.

El caso más extremo de despoblación se sitúa en la denominada Serranía Celtibérica, que incluye las provincias atravesadas, de noroeste a sureste, por el Sistema Ibérico y que incluye una gran extensión de la de Zaragoza y prácticamente todo Teruel salvo el Bajo Aragón.

«El problema irá a más en estas zonas si no se toman medidas eficaces con carácter inmediato», asegura el catedrático turolense Francisco Burillo, impulsor del proyecto Serranía Celtibérica. Se trata de que las áreas más despobladas «reciban un trato similar al de Canarias».

«Eso significa la reducción de impuestos como el IVA y facilitar la instalación de empresas con exenciones especiales», argumenta Burillo, que insiste en que las zonas rurales amenazadas tienen que ser atractivas para los inversores potenciales.

Una característica común a casi todas las zonas que pierden habitantes es que se hallan en territorios montañosos. Así sucede, por ejemplo, «con los casos más graves», comarcas como la del Campo de Daroca, las estribaciones del Moncayo, el Maestrazgo y Albarracín.

Según los estudios llevados a cabo por Francisco Burillo, en España resisten 1.216 pueblos de menos de 100 habitantes,

«y más de la mitad de ellos se encuentran en la Serranía Celtibérica». «El problema es tan grave que tiene que ser abordado a nivel europeo», asegura el experto.

EL PIRINEO RESISTE

Pero el despoblamiento no solo amenaza a las zonas rurales más desfavorecidas. También acecha, en el conjunto de España, a los denominados espacios rurales de emigración, según la terminología del estudio del CED. En esta categoría se encuentran 1.622 municipios, caracterizados por un número alto de residentes masculinos, relativo envejecimiento y alto impacto de la emigración.

Finalmente, se hallan los espacios rurales de resiliencia (resistencia) demográfica, compuestos por 1.463 localidades donde la emigración tiene un impacto menor. En el caso de Aragón, en este apartado se incluyen el valle del Ebro, el eje del Cinca y el Pirineo. Con todo, en esta zona viven solo 5,6 habitantes por kilómetro cuadrado, según datos de Burillo.

Cada una de las comarcas aragonesas que resiste demográficamente lo hace a su modo. Así, el valle del Ebro se apoya en la agricultura, la industria y, sobre todo, en la cercanía de Zaragoza y otros núcleos industriales que son fuente de empleo y a los que se puede ir y volver en el día.

Los habitantes de lugares como Borja o Alagón o Magallón pueden ir a diario a su puesto de trabajo en la ciudad, o en la General Motors de Figueruelas, y regresar a su casa después. Las distancias son cortas y las comunicaciones, buenas.

En el caso del Pirineo, la población resiste porque el turismo de verano y el de invierno cubren una buena parte del año y además hay cierta actividad ganadera y artesanal.

Otro caso es el Matarraña, con turismo rural y agricultura, a lo que se une la cercanía de Cataluña. El eje del Cinca, por su parte, ha experimentado estas últimas décadas un crecimiento agroindustrial y de servicios que ha ayudado a mantener la población y a aumentarla. A ello se une la existencia de núcleos grandes, como Monzón, Binéfar, Fraga o Tamarite de Litera. Cuentan con la ventaja de estar cerca de Cataluña, de forma su la poderosa actividad de esa comunidad les beneficia de forma clara.

Otra es la circunstancia de las Cinco Villas, donde se da una gran disparidad entre la parte alta y la más próxima a Zaragoza, que junto a la capital, Ejea, son las más dinámicas. La explotación de los regadíos y los polígonos industriales permiten mantener la población.

SIN INMIGRANTES

Con todo, todas esas comarcas son la excepción en Aragón, donde la mayor parte del mundo rural sale ahora de un espejismo, lo que permite ver la dura realidad demográfica. Antes de la crisis, los inmigrantes se repartieron por todo el país. Llegaron incluso a los pueblos más apartados pues hacían falta manos para trabajar en actividades agropecuarias y en los servicios.

Pero cuando llegó la recesión económica los pueblos rápidamente perdieron gran parte de la población recién asentada, que volvió a su país o, más a menudo, emigró a las ciudades en busca de otras oportunidades laborales.

De hecho, las zonas rurales nunca han gozado de la predilección de las sucesivas oleadeas migratorias que han llegado a España desde comienzos de los años 90.

Las cifras más recientes, elaboradas por el citado Centre d’Estudis Demogràfics, revelan que las zonas desfavorecidas solo han captado el 1,85% de la inmigración, «un valor incluso menor que el peso que representa su población en España (3,1%)».

Para centrar la cuestión hay que tener en cuenta que las zonas más despobladas partían a principios del siglo XXI de un punto muy bajo. Todas ellas sin excepción sufrieron a mediados del siglo XX, en torno a los años 70, la marcha de millares de personas, en su mayoría a ciudades como Barcelona, Bilbao y Zaragoza.

De ese golpe nunca se han recuperado totalmente. Y no fue el único, pues el goteo hacia la capital provincial o comarcal ha sido continuo. De hecho, muchas familias conservan la casa del pueblo pero viven y trabajan en poblaciones más o menos grandes.

Esta forma de vida ha creado un fenómeno que induce a error. El éxodo de los fines de semana, sobre todo con el buen tiempo, al lugar de origen. Este hecho da una falsa imagen de vitalidad, pues en cuanto llega el curso escolar los pueblos vuelven a vaciarse.

Esto, a su vez, ha generado grandes necesidades presupuestarias en las localidades pequeñas, pues han de crear servicios para una población muy superior a la existente la mayor parte del año.

Eso explica que no haya ningún pueblo sin polideportivo o piscinas municipales. De ahí que los expertos urjan la puesta en marcha de medidas que asienten realmente a nuevos pobladores.