Canta Serrat que de vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas y nos pasea por las calles en volandas.

Cayetana de Alba Fitz James Stuart ha vivido así. Con una vida hecha a medida que ha ido recosiendo, poniendo volantes y quitando escote. Invitada de honor y pase vip. Pero aunque salió como los conejos de una vieja chistera que es la aristocracia, quiso ser, sobre todo, gitana. Y precisamente no se puso el mundo por chistera, fue por montera. Porque así ha vivido, queriendo ser feliz hasta el último momento, hasta ayer mismo. Bailando, abriendo las puertas, corazón y faldas. Saliendo descalza a la calle, levantando mantones en el aire y gastando kilómetros. Cayetana quería que la vida pareciera lo que es, vida.

Con el primer marido, Luis Martínez de Irujo, tuvo la boda más cara del momento, 20 millones de pesetas de la época. Con el segundo vino el escándalo, un exsacerdote que era 11 años más joven que ella. Y ya con Alfonso Díez, el tirabuzón con doble vuelta. Pero entre unos y otros quedará una colección de miradas, deseos y volteretas escondidas en Dueñas, en aviones y plazas de toros.

Cayetana ha consumido 88 años a lo grande, sin perder un segundo, sin tener prejuicios para llevar bikini hasta el último verano o casarse con un hombre 25 años más joven. Ella, con 85 años; él con 60. Caprichosa, malcriada, tarambana, dirán unos. Entusiasta, enamorada, apasionada, dirán otros. Qué más da, dirá ella.

Ha sido la Ava Gardner de la nobleza. La Liz Taylor de la hidalguía. La Cleopatra del señorío. Solo quien cree en el amor es capaz de casarse tres veces, dejarse cortejar por toreros, músicos y pintores; amar como objetivo de vida, como eje central de la línea de la mano. Porque en ese flirteo con la novedad está el cáliz del amor. No parar nunca. Porque si te paras, como los coches, te calas.

Llegó invitada por la vida y por eso no ha parado, como si creyera que al parar iba a defraudar al que le había hecho el regalo. Como si dejando de amar fuera a pararse el mundo. ¡A morirse! Y así, con su extraña belleza, quiso ser pintada por Picasso para hacer una nueva versión de La maja desnuda. No quiso. No quiso su marido, claro. Pero la pintó Zuloaga y jamás volvió a pintar niños. La moldeó Mariano Benlliure, la vistió Balenciaga, la fotografió Avedon, Beaton... Porque parar era morir. Porque hasta ayer quiso ser gitana, sevillana, enamorada y estar acompañada de un amor.

Canta Serrat que morimos cuando nadie nos ve, que uno es feliz como el niño cuando sale de la escuela. Ella, Cayetana, ha ido corriendo hasta ayer, buscando otro acto, otra fiesta, otro baile, otro beso... como una niña que no quiere dejar de ser coqueta aunque ya tenga 88 años.

Hoy se habrá despertado sin saber qué pasa, lejos de Sevilla, de su casa, de su amor. Como si no tuviera bastante habrá mirado a ver si hay chicos guapos alrededor. Y seguro que se está escapando de Palacio sin que se enteren.