Ana F. empezó a convivir con la pobreza energética a raíz de quedarse en el paro. Rondando los 50 años, se encuentra en una paradoja, ya que la sociedad considera que tiene edad para seguir trabajando pero el mercado laboral no le presta oportunidades, a pesar de sus esfuerzos en formase.

Como ella, 5,1 millones de españoles se encuentran en situación de pobreza energética, según los últimos datos de la Asociación de Ciencias Ambientales (ACA).

En su casa, un piso de 55 metros cuadrados, todo es eléctrico. Como calefacción solo cuenta con un radiador únicamente que enchufa cuando no queda más remedio: «Estoy con la bata y con la manta hasta que no puedo más y lo enciendo». Precisamente, una de las definiciones de pobreza energética es que se destine más del 10% de los ingresos al pago de suministros energéticos o que no se pueda mantener la vivienda a una temperatura de confort, explica la directora de Ciudades Sostenibles de Ecodes, Cecilia Foronda.

Para ilustrar la situación que se vive en la comunidad, la directora recurre a los datos del 2014 que maneja el Gobierno de Aragón, donde 1.300 hogares eran incapaces de pagar la factura y hasta 6.000 destinaban una parte excesiva de sus ingresos a este concepto.

Pero este problema no solo deriva del precio de la energía, sino que encuentra un fatal complemento en la eficiencia de las viviendas. Precisamente, Ana detalla que en su casa también hay goteras. «En vez de hacer vivienda nueva, deberían preocuparse de rehabilitar la de segunda mano», recalca.

En cuanto al marco legal, la aprobación de la Ley de Reducción de la Pobreza Energética de Aragón en 2016 fue pionera en España. Una medida que, como las que lleva a cabo el Ayuntamiento de Zaragoza, Foronda resalta como un buen inicio aunque considera que el Real Decreto español que regula el bono social es mejorable. Acerca del grado de conocimiento de la sociedad, considera que «es verdad que las personas en su día a día no se dan cuenta tanto de esta realidad». La visión es compartida por Ana, quien recuerda que «no todo el mundo tiene calefacción en el siglo XXI. La gente tiene que abrir los ojos, otra cosa es que no los quieran abrir».

La historia de Ana, muy agradecida a los voluntarios, ha mejorado gracias al programa de Ecodes Ni un Hogar sin Energía, con el que ha aplicado medidas de microeficiencia energética en su vivienda, como la sustitución de bombillas por otras LED o la colocación de burletes en puertas y ventanas. Sus voluntarios también le han asesorado en el cambio de la potencia contratada, que ha pasado de 5.500 a 3.500 kilowatios.

La directora explica que, además de este trabajo en las casas, el programa, en el que intervienen ciudadanos voluntarios, entidades, la administración y empresas, aconseja en aspectos de consumo eficiente y revisa las facturas para conocer la potencia contratada y evaluar si pueden optar al bono social. «De las familias con las que hemos trabajado, un 78% podían optar al bono pero no sabían que podían solicitarlo. Y en torno a un 60% tenían una potencia contratada más alta de la que necesitaban», describe. Desde su inicio en el 2013, el programa ha llegado a 890 familias de 17 ciudades del país.