Solo ocho años han bastado para que el viejo reformatorio de El Buen Pastor, en el barrio de Valdefierro de Zaragoza, haya pasado del cierre a convertirse en un edificio destrozado por los efectos del vandalismo y los robos. Cada vez que la ciudad mira a este inmueble, que llegó a ser un centro de referencia desde su construcción en los años 50 y que se clausuró por los planes de expansión de la ciudad y la construcción de uno más grande en Juslibol, es para ver cómo se desvanece, cómo el abandono hace mella en él. Y lo peor es que la última vez que lo hizo, de la mano de los vecinos de la zona y el grupo parlamentario de Chunta, no estaba, ni de lejos, como ahora, completamente arrasado. El último año y medio para el inmueble, que todavía es propiedad de la DGA, no ha pasado en balde, ya que se han intensificado los robos, los daños y la suciedad que ha derivado en riesgo de insalubridad.

El problema que denunciaron en enero del 2013, por el que el Gobierno de Rudi llegó a amenazar con denunciar a CHA por haber accedido a una propiedad privada, es que se ha agravado. Aquella imagen de entonces de abandono, suciedad y vandalismo se ha convertido en prácticamente ruina, porque todo lo que olía a aluminio, hierro, cobre e incluso madera ha sido arrasado por los intrusos.

En cada sala de ese edificio se pueden apreciar los efectos de esos robos y los daños intencionados. Hay numerosos marcos de ventanas literalmente arrancados, ya sean de aluminio o de madera; de los radiadores solo queda el rastro dejado en las paredes, donde algún día se usaron para resguardar de un frío que hoy campa a sus anchas.

COMO UN VENDAVAL La imagen más impactante se localiza en lo que, en su día, fue gimnasio. Allí, toda la documentación --publicaciones sobre todo-- que todavía permanecía en su interior pese a las denuncias vecinales, ahora está desperdigada por el suelo, como si un huracán los hubiera esparcido por cada rincón. Ni las canastas las han dejado en su sitio, están caídas como si la saña con la que se han empleado los intrusos hubiera compensado el escaso valor de sus aros.

Los pasillos están plagados de restos de vida, pero no de lo que en su día fue el centro de El Buen Pastor, sino de los que han visto en este edificio abandonado un buen refugio del que resguardarse de la intemperie. Porque muestras de que hay quien ha dormido o vivido en su interior las hay por todas las plantas del edificio.

Los cacos tampoco ha escatimado en daños. Hasta las manillas y bisagras de las puertas se han llevado los intrusos que se han colado. Incluso han arrancado los marcos de madera a las que iban sujetas.

El cobre les ha llevado a reventar buena parte del falso techo de estas dependencias. Los cables, pelados y tirados por el suelo, son prurba evidente de lo que buscaban en ellos. En alguno de estos cuartos, solo las canalizaciones que permanecen oxidadas se han salvado de ser arrasadas. Se respira saña en cada sala vandalizada.

También en la búsqueda de aluminio. Además de las ventanas, que han dejado desnudos los muros de piedra de este inmueble, algunos aparatos eléctricos como una vieja lavadora industrial o muebles de la lavandería y la cocina han sido destrozados en busca de algo de valor en su interior. En el mejor de los casos allí yacen todavía despedazados para que no deje lugar a dudas de que lo que a este edificio le ocurre poco tiene que ver con el paso del tiempo.

La suciedad, en este caso, se le presupone. Y a nadie parece importarle que este museo de los horrores se convierta en un foco de insalubridad en el barrio de Valdefierro. Los rastros de ratas son más que alarmantes. Y alguna paloma inerte queda ahí como mártir y verdugo del deterioro. Diecisiete meses solo han transcurrido de la imagen que trasladó el vecindario alertando de lo que hoy es una evidencia. Y si esta ola de vandalismo y robos no continúa es solo porque ya queda muy poco de valor. Porque la protección brilla por su ausencia.