La llegada del cargamento con la cena de Navidad y del teniente general jefe del Mando Regional Pirenaico, Luis Alejandre, a la Base Militar Europea de Mostar (Bosnia), puso del revés el pasado jueves a las tropas españolas allí destinadas.

Hubo cambios. En la cena, se sustituyeron las bandejas de metal de la cantina por otras más grandes de madera, se bebió champán y se pudo cantar e incluso bailar junto a los mandos superiores. Además, entre los rigurosos uniformes de color verde, se veía la ropa de colores de representantes políticos, de empresarios y de periodistas.

Al día siguiente, después de un acto oficial, ocurrió tres cuartos de los mismo: vermut con vino y cerveza (en la base está prohibido beber alcohol antes de las seis de la tarde), una paella gigante, fotos de grupo y mucho alboroto.

Sin embargo, la vida diaria allí, en Mostar, es muy distinta. Si una palabra la define es lentitud. "Todos los días son iguales, nada cambia, no hay más opción para los ratos libres que ver la tele, hacer deporte, tomar cafés o jugar a las cartas. Por eso se agradece que alguna vez llegue alguien de España y haya actos extraordinarios", comenta Luis Meseguer, un joven soldado de zaragoza al que le quedan cinco meses por delante antes de regresar a su casa.

En la cara de los militares españoles desplegados en Mostar en misiones de paz, se ve reflejada la sed de acontecimientos que les hagan salir de la rutina. Hay allí más de 700 personas, muchos de ellos aragoneses de la Brigada de Caballería de Castillejos II y de la Academia General Militar.

De este último lugar, llegó hace dos meses el cabo primero, Adolfo Guillén, miembro de la Unidad de Apoyo Logístico (SNSE XXI). "Me vine a Bosnia ilusionado, con ganas de probar una nueva experiencia. De momento, estoy contento porque he conocido mucha gente y hay muy buen ambiente con los franceses, italianos y alemanes que trabajan también en la base", explica el cabo primero.

Su función consiste en abastecer los vehículos y distribuir el material que llega a la unidad. "Lo único malo de estar aquí es que por las tardes tienes mucho tiempo muerto para darle vueltas a la cabeza y que no nos dejan ir a visitar la ciudad más que los fines de semana", apunta.

Las tropas se encuentran concentradas en lo que fue el aeropuerto de Mostar. Hoy, diez años después, sólo queda de él la pista de aterrizaje y una torre sin cristales, llena de impactos de metralla en la fachada. Un soldado francés hace guardia allí y vela por que ningún bromista suba a llevarse la bandera francesa que ondea en lo alto de la torreta.

Cuentan que una noche, hace años, subió una pareja de legionarios y la cambiaron por una española. Fue una gracia que a punto estuvo de estropear las buenas relaciones existentes con los soldados franceses, con los que se comparten labores en el Grupo Táctico binacional, formado tras el repliegue de efectivos hace apenas un mes.

La convivencia entre los soldados de distintas nacionalidades es tan positiva como la propia relación interna entre los militares españoles. En los últimos años, el número de mujeres soldado se ha incrementado notablemente hasta alcanzar la cifra de 90.

Entre ellas, se encuentra Carolina Mir, de 23 años y natural de Huesca. "Llevo un mes aquí y aunque al principio fue duro porque echaba mucho de menos a mi gente, me lo esperaba peor", confiesa.

La función de las tropas desplegadas en Bosnia consiste en eliminar las armas que quedan entre la población, desactivar las minas, vigilar el mantenimiento de la paz y contribuir a que se genere un clima apto para el desarrollo de un gobierno democrático y pacífico. Los soldados españoles están tranquilos porque saben que son muy queridos entre la población autóctona. Según aseguran los mandos, la situación actual es de calma absoluta. Apenas hay riesgos, aunque los accidentes de tráfico son una de sus principales preocupaciones debido al mal estado de las carreteras y a las heladas y la nieve.