Ayer, sobre las cinco y pico de la tarde, se levantó viento, rasgáronse las nubes sobre Zaragoza y el cielo se puso como de película en technicolor mientras la ciudad se llenaba de una luz dorada y cálida (aunque el biruji venía fresquito). A pocos centímetros de mí, una jovencita susurró ¡Hola, mi amor!. Y cuando, ante semejante alarde, empezaron a enternecérseme los mondonguillos, descubrí que la chica hablaba por teléfono con su novio ajena a todo lo demás, y que el paso de peatones que cruzábamos ambos nos dejaba justo frente a Independencia. Lo cual que la la luz de la tarde se tornó opaca y, viendo aquellas gigantescas horcas de plexiglas y metal, experimenté, lo confieso, algún deseo de ajusticiar a alguien... o de lincharlo, si ustedes prefieren.

Con esa demencial reforma del Paseo a la vista, uno debe ir encajando ya la pertinacia con que los próceres correspondientes insisten en que, si se hace la Expo del 2008, nos endilgarán el pabellón-puente así aleguen arquitectos, vecinos, asociaciones culturales o el mismísimo ángel custodio. Chufla, chufla. Y aún habremos de cruzar los dedos, a ver si hay suertecica y la parte socialista de la DGA le frena a la parte regionalista de la ídem esa operación Romareda que la parte conservadora del Ayuntamiento impulsa con la ayuda de la parte regionalista del ídem (Bien se ve que éste que acaba ha sido un año PAR y capicúa).

En Independencia han plantado los arbolillos descentrados en sus alcorques, la colocación del embaldosado es un desastre, han elegido un pavimento de granito blanquinoso que se ensucia de mirarlo (no digo cuando lo pisan), le han inventado el superfarol patibulario, han ahogado en banderas el monumento al Justicia... Y lo que más me joroba: que de nuevo los presuntos asientos regados por las aceras son de fino mármol, para helarnos el culo en invierno y escalfarnos los cataplines en verano. Muestrario de despropósitos, urbanicidio sangrante. Los chapuceros imponen su ley.