Nos pasamos una buena parte de la vida soñando con los mares del sur. El último de todos ellos es el mar Antártico, la ultima frontera.

La Antártida, el polo sur, que tanto tiempo ha cubierto de gloria los sueños de los inocentes hombres del hemisferio norte. Durante la ultima década se ha hablado en Europa, y especialmente en España, de la concesión del premio príncipe de Asturias, de la Antártida, el continente helado, de las bases y los estudios científicos de los países occidentales en aquel novísimo y helado continente.

Pues bien, desde este escenario vamos a hablar después de un largo viaje, que incluye atravesar el paso de Drake para llegar al polo sur. Durante el trayecto queda constancia del afán científico de hombres y mujeres, civiles y militares españoles, que se aprestan cada año a vivir unos meses en pro de la investigación y de la ciencia.

Iniciamos nuestra aventura en Madrid, desde donde partimos hacia Buenos Aires, después de varios meses de preparación. La sensación es estar a punto de conseguir algo de gran trascendencia personal, algo que entenderán especialmente aquellos que han crecido con los libros de Salgari o de Edgar Allan Poe (quien por cierto nunca visitó la Antártida).

El grupo con el que viajamos lo componen los militares de la fase intermedia de la campaña antártica de este año en isla Decepción y una investigadora de la universidad de Cádiz, Cristina Torrecillas, quien pertenece al equipo del prestigioso investigador Manuel Berrocoso --uno de los más veteranos en la Antártida--. Cristina, además de las navidades, ha dejado colgada la preparación de su boda, que se celebrará cuando regrese. Los cuatro militares van a experimentar un proyecto de campamento temporal para una posible investigación en el continente. En cierto modo, este proyecto recupera el espíritu antártico .

Doce horas de vuelo nos llevan a Argentina, un país increíble de una extensión próxima a los tres millones de kilómetros cuadrados, que ofrecen enormes diversidades.

El tránsito hacia el sur nos permite disfrutar de un país que hasta hace poco tiempo era inaccesible, desde el punto de vista económico, para muchos europeos. Hoy, como consecuencia de una profunda crisis, con un cambio de tres pesos y medio por cada euro, comer en un excelente restaurante puede costar no más de nueve euros y alojarte en un buen hotel treinta y cinco la habitación doble.

También hemos comprobado que, al margen de las alarmantes imágenes que ofrecen los informativos, Buenos Aires es una ciudad magnifica, con el mismo grado de seguridad que muchas ciudades europeas y con un excelente nivel de servicios y buenas ofertas para el viajero.

Veteranos

Venir en compañía de veteranos de otras campañas antárticas nos permite tener la suerte de disponer de información de primera mano. En el aeropuerto nos espera Alfonso, de la agregaduría militar española en Buenos Aires. Nos acompañará en todo momento para allanar el camino que una expedición de este tipo tiene que pasar. Más tarde nos encontramos con investigadores argentinos. Son viejos conocidos de la base argentina próxima a la española Gabriel de Castilla en isla Decepción. En sus nostálgicas conversaciones mientras cenamos nos cuentan, de primera mano, que muchos de los problemas de los que hoy tenemos noticias son ya viejos. Argentina es un país de enormes distancias, que inciden en la falta de educación de gran parte de la población que no sabe como aprovechar los recursos de este enorme granero.

Tras solucionar durante dos días lentos trámites aduaneros y de tránsito, volamos hacia la remota Ushuaia. Un lugar notable, testigo impasible de muchos acontecimientos que por lo remoto parecen incluso misteriosos. Tres mil kilómetros más, que incluyen una escala en Río Gallegos y cruzar el estrecho de Magallanes, nos conducen al siguiente paso en nuestro largo viaje: La isla Grande de Tierra de Fuego.

El último lugar del mundo

Al llegar a lo que ostentosamente se autodenomina el ultimo lugar del mundo , nos sorprende la luz austral. Una luz mortecina que ya nos acompañará casi las veinticuatro horas del día hasta llegar a la Antártida. No en balde estamos en la latitud que estamos y muy próximos al solsticio de verano.

Ya solo mil kilómetros nos separan de nuestro destino, dos mil menos que los extremos de Africa o Australia. Camino del puerto nos chocamos con el monumento a la guerra de las Malvinas. Al parecer, además de la gran significación que para cualquier argentino tiene esta contienda, en la Tierra de Fuego tiene aún más importancia. Cuando nos acercamos, nos sorprende la frase que acompaña los nombres de los fallecidos, muchos de ellos de Ushuaia. Además de no renunciar a la soberanía sobre las islas, incluye un termino lapidario que no deja lugar a dudas: volveremos.

Aguas complicadas

En el puerto está atracado el buque de la Armada Española Las Palmas, que nos trasladará hasta la base Antártica Gabriel de Castilla. Es un robusto y duro remolcador de altura, por lo que está especialmente preparado para surcar estas complicadas aguas, unas de las más peligrosas del planeta, dicen. Participa en la campaña Antártica desde sus comienzos y su trabajo es vital para las bases españolas. Tras las presentaciones la pregunta obligada, ¿qué tal la travesía de subida desde la Antártida?. La respuesta es demoledora: una de las peores que recuerdan.

Durante dos largos días los miembros de la expedición española resuelven interminables trabas administrativas, además de trasladar a brazo todo el material que ha llegado desde España en un contenedor hasta otro que transportará el buque de la Armada Española.

De esta ciudad nos sorprende su imagen, mezcla de la serie de televisión doctor en Alaska y pueblo de los Alpes suizos, así como su desesperante lentitud en resolver los tramites aduaneros.

Al tercer día todo está listo para zarpar. El parte meteorológico predice un tiempo aceptable para el paso de Drake. Un argentino acompañará al barco en el inicio de la navegación. Comienza la misión.