"Cuando no quedaba nadie en Pradilla, nosotros seguíamos construyendo una mota alrededor del pueblo. Veíamos que la riada llegaba y teníamos que levantar la máxima altura posible", explicó a este diario Angel Gracia, uno de los trabajadores del taller de recursos agrarios de la Diputación Provincial de Zaragoza. Cientos de profesionales han invertido todo su esfuerzo para conseguir minimizar al máximo los efectos del desbordamiento del Ebro a la largo de la ribera. "Nuestro objetivo era salvar el pueblo, y lo conseguimos", explicó otro de los empleados, Félix Ramiro, a pesar de que la fuerza del agua rompió una de las defensas y se coló por la parte de atrás.

No son héroes, eso dicen. Todos son ciudadanos anónimos que han desempeñado al límite su trabajo en las zonas más castigadas por el Ebro. Sin embargo, coinciden en señalar que su experiencia se queda corta en una situación de estas características. "En los últimos momentos, no sabía ni cómo poner las capas del dique", relató Gracia. "Fue una carrera a contrarreloj contra el agua", matizó otro trabajador de la DPZ, Jerónimo Navarro.

"Hemos participado en otras riadas, pero nunca en una de estas dimensiones", continuó. "Nos dijeron que la cresta llegaría a las cuatro de la tarde, pero catorce horas después el río seguía aumentando su nivel". Mientras tanto, con la ayuda de camiones y dumpers, los trabajadores de recursos agrarios construyeron y reforzaron las motas de protección de los pueblos de la ribera.

"El miércoles llegamos a Pradilla y vimos que el dique no resistiría a la embestida del Ebro. Así que lo ampliamos 50 centímetros y empezamos a construir una nueva mota de tres metros alrededor del pueblo". El trabajo se prolongó día y noche hasta el viernes. "Para que diera tiempo, no parábamos ni a comer ni a cenar, y los camiones repostaban en el sitio".

A la hora de la verdad, cuando la cresta por fin llegó a Pradilla y todos los vecinos estaban desalojados, el agua se quedó a 20 centímetros de superar la mota. "Si no se hubiera construido, los vecinos se hubieran encontrado con casi tres metros de agua en las calles. Estamos muy satisfechos del resultado".

Ahora, con los pies en tierra firme, recordaron los peligros que pasaron a orillas del Ebro. "No sabes lo que va a ocurrir un minuto después, y si revienta todo, te quedas ahí. Hemos pasado mucho miedo", manifestó otro de los profesionales, Joaquín Martínez. De hecho, relataron con angustia cómo el viernes a las nueve de la mañana explotó un punto de la mota. "Lo tapamos como pudimos, a base de hacer viajes". Después, cuando estaba a punto de llegar la avenida, los desalojó la Guardia Civil. Eran los últimos.

La labor de los efectivos del plan de emergencia todavía continúa, y se prolongará durante bastante tiempo. Ricardo Oltra, ingeniero técnico de Obras Públicas de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE), explicó que nueve días después de la riada, los ánimos y los nervios, a la par que el Ebro, vuelven por fin a su cauce. "Ahora toca evaluar los daños, reponer lo que se ha roto y consolidar lo que se ha construido para cuando nos tengamos que enfrentar a algo similar".

Otra lleva desde el día 5 entre Boquiñeni, Alcalá, Cabañas y Pradilla pendiente de la evolución del río. "Si no tenías tiempo de comer no comías. Quieres atender todos los lugares a la vez, te das cuenta de que no llegas y el agua se te echa encima, pero tienes que tranquilizar a los vecinos y coordinar el trabajo con los voluntarios lo mejor posible". En medio de todo el caos, Oltra recordó con una sonrisa cómo los vecinos de Boquiñeni les llevaban cafés y galletas a las siete de la mañana.

En Zaragoza capital, los profesionales también trabajan desde el primer día del desbordamiento. El achique del agua y la limpieza son las labores más costosas, en las que participan tanto los vecinos afectados como el personal del plan de emergencia que activó el consistorio.

Carlos Grimal, bombero del Ayuntamiento de Zaragoza, es uno de los trabajadores que cada día acude a limpiar numerosos sótanos y ascensores. "Hay que atacar poco a poco y con paciencia, la clave es que el agua no te saque de quicio", explicó mientras colocaba la bomba de achique en el punto más bajo de un garaje de La Jota totalmente inundado.

Su compañero, Jesús Jiménez, relató: "El lunes estuve todo el día achicando un garaje, y cuando sólo quedaba un palmo se volvió a llenar todo otra vez". A lo largo del pasado fin de semana, la central recibió más de 200 llamadas de particulares. "Lo peor es que te requieren vecinos desconsolados, y no puedes hacer nada hasta que baja el nivel de agua".

Fomento de Construcciones de Contratas (FCC) multiplicó su plantilla para mantener los viales de la ciudad abiertos, controlar los sumideros y tapas de registro y retirar de las fincas los animales muertos. "Al final no pudimos evitar que el tercer cinturón se convirtiera en un lago", explicó el coordinador de las tareas, Roberto Ara. Para limpiar esta zona, tuvieron que utilizar bombas de achique, mangueras a presión y maquinaria para cepillar.