Estaban los alcaldes socialistas catalanes, estaba el ministro Arenas (en su versión simpático campeón, que no todos los días es preciso poner sobre el yunque a los sociatas), estaba don Pepe Bono, más Bono que nunca... Y Marcelino prometió su cargo: "Iglesias (II). La leyenda continúa". Pocos días atrás, Bono había hecho lo propio por enésima vez (para él repetir es ya casi una divertida rutina), en un acto muy neo-castellano, rozando lo falangista. Que pareció aquello la Jura de Santa Gadea en versión menestral, con el arzobispo de Toledo, príncipes y duques de la política y el gran jefe castellano-manchego haciéndole unos halagos a Ruiz Gallardón, los cuales nunca se supo bien si eran alabanzas verdaderas o puro recochineo populista (en estas ocasiones pone don José Bono una cara ambivalente, como de muñeco diabólico).

El presidente Iglesias tomó posesión en marco incomparable, mas con noble sencillez (salvo por los sones del inefable himno oficial de Aragón, que es de todo menos sencillo). Y los asistentes al acto de La Aljafería estuvieron atentos a ver qué caras ponían los protagonistas del drama, en particular don José Angel Biel, al que algunos adjudicaron ciertos tics nerviosos que para nada deberían corresponderse con el éxito cosechado (vamos, digo yo) en la negociación de los pactos.

Nuestro Marcelino sigue contento. Ahora sólo le queda cuadrar la gestión de su gobierno, hacer que los servicios públicos funcionen bien, ordenar Aragón, modernizarlo una miaja y que todo eso sea percibido por el público. ¡Ah!, y mantener las relaciones con el Gobierno central en plan informal pero arreglao, ni mal ni bien sino todo lo contrario. También deberá, en sus ratos libres, vigilar al sociaterío zaragozano, especialmente a los veteranos de la era Triviño, que están como motos desde que huelen poder (de momento se entretienen tocándole las partes sensibles a Berdié, al que cogieron manía en los viejos tiempos) y que no acaban de creerse la hegemonía de Iglesias. Por lo demás, todo bien. Bueno, ahora que me acuerdo, el que no estuvo ayer en Zaragoza fue Zapatero. Andaría sumido en transcendentales meditaciones, pobrecico mío.