Erase una vez una bruja muy mala, muy mala, que lanzó un maleficio a la amiga Tierra para que los terrícolas tirasen grandes cantidades de basura por doquier, cortasen los árboles sin parar y produjesen tantos humos con sus coches que consiguiesen una negra e intensa niebla que cubriese todo el planeta. La Tierra está enferma, y para curarla, al anochecer, todos los niños del mundo tienen que leer este conjuro mágico: "Chis, garabis, chis plas, el planeta voy a cuidar. Siempre lo debes dejar como lo quieras encontrar. Qué es esto, ¿un vertedero?, pues no tires papeles al suelo. Los cartones y vidrio a reciclar, para no contaminar. Esas flores son maravillosas, no las vayas a cortar, tampoco pises las plantas, la naturaleza debes cuidar. ¿Las luces encendidas? ¡Es un malgasto de energía! Y cuanto te vayas a duchar no olvides el grifo cerrar. Chis, garabis, chis plas, el planeta voy a cuidar".

Nada como un cuento para educar al niño, sobre todo si éste es menor de seis años. Así lo entendió el departamento de educación ambiental del Gobierno de Aragón, porque "hay que saber sentir el mundo", y para ello primero hay que verlo e interpretarlo.

El objetivo de La Tierra está embrujada es "educar en la sensibilidad ambiental contribuyendo al cuidado y mejora del entorno". ¿Cómo? Según se lee en el cuaderno del profesorado que acompaña al texto infantil, "observando y explorando el entorno inmediato con una actitud de curiosidad y cuidado; sensibilizándose por las cuestiones medioambientales más próximas (ruido, olores, suciedad, o humos); manifestando comportamientos de manera progresi- va en relación a una serie de actitudes y valores relacionados con el medio ambiente; y adquiriendo habilidades, recursos y técnicas para que puedan comprender e intervenir en la resolución de problemas medioambientales".

Y todo, mediante el juego, porque no se trata de sumar una nueva asignatura al curso escolar, sino de reconocer la propia realidad para tomar futuras posiciones críticas: modificar hábitos alimenticios; introducir medidas de higiene personal, normas de utilización de los espacios y la higiene de éstos; discriminar el consumismo; respetar a animales y plantas, y participar en campañas ambientales.

Los personajes del sol, la luna, el viento, el marcianito y la bruja van desgranando todo un abanico de problemas medioambientales reales que se solucionan con los conjuros sobre el reciclaje de basuras, el ahorro de energía, el cuidado del medio natural y la no contaminación del agua y el aire.

Las propuestas son muy variadas. Por ejemplo, para concienciar sobre los tipos de basuras y el reciclaje, el consumo o el exceso de residuos, las actividades van desde observar los almuerzos de cada día de los niños a los desperdicios que quedan tras el recreo, pasando por decorar varias cajas de recogida de basura selectiva o realizar la prueba del entierro. Esta consiste en enterrar una ramita, un envase de plástico, una lata vacía, papel, tela, una botella o el corazón de una manzana y comprobar qué ha pasado un mes después.

Otro de los apartados es el de la contaminación del agua, y el primer paso será enseñar a valorar ese agua. Para esto, se propone que la profesora anuncie en clase que a lo largo de toda la mañana no habrá agua, para ver qué problemas se plantean: los niños no podrán limpiarse las manos, ni tirar de la cadena del retrete, ni regar las plantas, ni beber. Y a partir de aquí, se estudiará qué hacer en casa para no contaminar: no tirar aceite por los desagües, cerrar los grifos mientras se enjabonan o cepillan los dientes, etc.

Para explicar el ahorro de energía se explicará primero la importancia de ésta para la sociedad de hoy, iniciando a los más pequeños en las energías alternativas. Los ejercicios para clase buscan enumerar las bombillas del aula, los enchufes, comprobar junto a los padres el recibo de la luz y el gasto familiar que supone, y estudiar medidas de ahorro, como el cerrar la puerta del frigorífico o no poner la calefacción muy alta.

Otro de los temas es la calidad ambiental. Reconocer el entorno natural, los árboles y plantas que se observan en una excursión organizada por el centro, y las posibles contaminaciones. O transformar el aula en una playa con toallas, olas y jugar a no tirar los desperdicios. Y es que, como muy bien se resume en este cuento, para ver el mundo hay que sentir ese mundo.