En artículo de fina prosa y aguzados argumentos publicado ayer en este mismo diario, don Javier Lambán, jefe socialista y presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, se acoge al valleinclanismo y advierte sobre los esperpentos hidrológicos, provocados por una imaginaria galería de espejos cóncavos donde la realidad del agua se deformaría hasta la monstruosidad o lo risible. Su conclusión es que hay que resolver mediante el diálogo el contencioso que en materia hidráulica divide a los aragoneses. El lo ve más o menos así: negocian "la ciudad y el medio rural", se recrece Yesa a tope, se ponen en ejecución las obras del Pacto del Agua, se consolidan y extienden los regadíos, los espejos vuelven a ser planos, somos felices y comemos perdices.

Lambán tiene razón en que este asunto de los pantanos no puede sostenerse indefinidamente mediante ambigüedades y noes al PHN. Por eso algunos proponemos un nuevo debate, una nueva negociación y un nuevo Pacto del Agua (de todas formas el suscrito hace diez años ni se ha cumplido, ni ha sido tomado en serio ni ha dejado de ser una evidente coartada para justificar el trasvase del Ebro). Sería la mejor alternativa para evitar que sigan extremándose las posturas y haciéndose insalvables las distancias entre quienes echan espuma por la boca así oyen hablar de embalses o regulaciones y quienes idolatran las presas y los canales y quemarían en la hoguera a cualquiera que osara oponerse al progreso .

A la hora de enfocar este asunto, servidor pertenece a la categoría de los blandos (según la clasificación establecida por el propio Lambán). Por eso me preocupa (¡y mucho!) que puedan ser inundados más núcleos urbanos, que los regantes piensen que el agua les pertenece por derecho divino, que los embalses los decida un ministerio y los regadíos otro o que quienes firmaron el proyecto de Yesa anden en los tribunales. Me parece una situación... demasiado cóncava.