Organizar el territorio aragonés por comarcas está bien. Pero mejor estaría ir fijando los límites de ese proceso, porque cada vez son más las personas bien informadas que manifiestan su inquietud por las demasías comarcalizadoras en que parece haberse embarcado el Gobierno aragonés. Biel barriendo para sus estrategias rurales e Iglesias dándole cuerda (quizás porque sigue viendo en él un amigo para toda la vida), el caso es que los presupuestos regionales para el 2004 amagan con sacrificar ciertas políticas transversales , diseñadas hasta ahora con una perspectiva global (si cabe usar tal término cuando sólo hablamos de Aragón), para encaminarlas hacia las comarcas. Acciones de asistencia social, de promoción del turismo, de desarrollo económico, de protección del medio ambiente y de otros temas no menos importantes parecen estar a punto de fragmentarse, en un big bang calculado que las dispersaría por los microespacios locales.

Esto no cuadra. Engordar las atribuciones y competencias de las comarcas más allá de la lógica, tal vez esté creando las condiciones para extender una red clientelar a la que tan aficionados son los políticos de allí y de allá, pero amenaza con desdibujar o desnaturalizar la gestión de la DGA y su función como órgano de autogobierno, justo cuando apenas empezaba a coger vuelo como tal. Estamos ante uno de esos casos de sí, pero... en el que las buenas intenciones previas pueden chocar con la evolución posterior del tema.

Aragón precisa hoy estrategias de volumen regional, potentes e integradoras. Si hay que vender turismo o agroindustria, si hay que potenciar la actual operatividad de los servicios sociales, habrá que hacerlo desde los niveles superiores, presentando las imágenes y ofertas de la comunidad como un todo, no cada consejo comarcal por su lado, estorbándose unos a otros o, lo que aún sería peor, inventándose movidas y gastos para dar salida a la inversión disponible. Seamos razonables. Por favor.