Belloch es un alcalde rutilante y exhibicionista, a juego con su señora que toca el piano de Pilar Bayona tras las comidas de gala en la Casa Consistorial (lo cual me parece encantador, muy elegante y muy chic , dicho sea sin ningún recochineo). Eso significa (y así lo vengo diciendo) que de tan estimulante regidor podemos esperar acciones llamativas, emblemáticas, publicitarias, estratégicas y astronáuticas, pero no que se sumerja en el día a día, remangado y con mono azul. Hemos de suponer que tal labor (la de currar) la realizarán Pérez Anadón o Gaspar, el de la CHA. Ellos y los demás concejales habrán de zurcir y remendar esta ciudad mientras su jefe se luce bajo los focos. Por mí ya está bien: cada cual a lo suyo, y que sea lo que los dioses quieran.

Pero me atrevería a sugerir, ahora que estamos todos tan superexpositivos y dosmilochistas, que (se haga lo que se haga en estos próximos cinco años) no se pierda de vista la realidad y la importancia de atar bien los cabos financieros. Porque, sin ir más lejos, el otro día apareció por aquí el señor Pascual Fernández, alma, corazón y vida del Ministerio de Medio Ambiente, a presumir con la (futura) recuperación de las riberas, y muchos entendieron que ello suponía un compromiso inversor del Gobierno central por la totalidad de los ciento veinte millones de euros que costará la obra, pero no era así: todos deberán apoquinar su parte (lo cual que este señorito hizo como aquél que invitaba a merendar pero luego los comensales tenían que escotar la cuenta). Y como no es la primera (ni la segunda, ni la tercera, ni...) que los de Madrid no dan la cara a la hora de apoquinar o presupuestan partidas que luego escamotean, suele pasar que al final todo o casi todo recae sobre las zarandeadas arcas municipales zaragozanas. Crece el déficit y, claro, hay que subir los impuestos. Ese es precisamente el tipo de momentos desagradables que Belloch detesta. Ojalá pues se lo evite él y nos lo evite al vecindario.