Se despeñó por la aguja del Dedo de Monte Perdido este verano y tuvo que ser rescatado en helicóptero por el Grupo de Rescate e Intervención en Montaña de Boltaña.

Jesús Montañés volvió a nacer el pasado 21 de agosto. Cayó despeñado por la aguja del Dedo de Monte Perdido unos 50 metros, lo máximo que le permitió la cuerda que llevaba atada a la cintura. Si no llega a ser por esa cuerda, fijada a la roca y unida al cuerpo de su amigo Roberto, podría haber seguido rodando durante muchos metros más, los 3.100 que ya llevaba recorridos.

"Perdí pie y me fui hacia atrás. Caí rodando, dándome golpes contra todo lo que encontraba a mi paso, y menos mal que llevaba casco en la cabeza, porque estoy seguro de que si no, no habría salido con vida. Gracias al casco y al Grupo de Rescate e Intervención de Montaña, claro", recuerda Jesús postrado en el sillón de su salón. Mantiene la pierna derecha recta, vendada desde la mitad del muslo hasta los dedos del pie. La otra, la tiene amoratada y con rasguños, igual que los brazos, que fueron los que frenaron la mayor parte de la caída.

"No recuerdo nada de la caída, sólo que rodaba y el momento del tirón. Ni siquiera sé si perdí el conocimiento. Tal vez sí, aunque desde el primer momento oía la voz de Roberto, mi compañero, que había quedado suspendido 40 metros por encima de mí y me gritaba para saber si estaba bien", continúa relatando el montañero. Tras los primeros segundos de incertidumbre, reunió fuerzas para responder a su amigo. Sí, estaba bien. Notaba que la pierna derecha no le respondía, que sangraba y que tenía todo el cuerpo dolorido, pero estaba vivo.

En aquel momento, los teléfonos móviles no disponían de cobertura para llamar al 112 así que poco podían hacer esta pareja de montañeros. En esa postura permanecieron los dos, el uno colgando de la roca de la aguja y el otro encajado en un saliente, hasta que un grupo de valencianos que en ese momento descendían por la montaña les vió. "Se portaron muy bien. Llevaban un walki talkie y alertaron a unos compañeros suyos que estaban en el refugio de Góriz. Desde allí avisaron a la Guardia Civil de rescate, que aquel día tenía bastante trabajo porque tuvieron que atender a seis personas más", recuerda Roberto Rodrigo, el compañero del accidentado.

Una vez hecho el aviso, cesó la ansiedad. Solo había que esperar. "Me acuerdo de que no quería mirar el reloj para no obsesionarme. A cada momento parecía oírse el sonido del helicóptero, pero como no lo veía, creía que me traicionaba la mente e intentaba no pensar", describe Jesús, el herido.

Al final llegaron los héroes, los miembros del equipo de rescate, para quienes estos dos montañeros solo tienen palabras de profundo agradecimiento. "El helicóptero llegó transcurrida hora y media y se acercó lo más que pudo a mí. Treparon con una camilla que clavaron en la roca para poder tumbarme en ella. Lo que mejor recuerdo son sus palabras de ánimo, la forma en que trabajaban, sin dejar de hablarme para infundir calma y tranquilidad. Es lo que más les agradezco", sostiene la víctima.

Llegados a este punto, Jesús y su compañero Roberto se separaron. El primero voló hasta la base del grupo de rescate en Boltaña y desde allí hasta el hospital Miguel Servet de Zaragoza, y el segundo esperó su turno con paciencia. Ambos tienen claro que, en cuanto Jesús se restablezca (todavía tendrá para unos cuantos meses), su primera excursión será a Boltaña para agradecer en persona al equipo del GREIM su ayuda. Si algo les demostraron aquel día es que nadie puede poner en duda su profesionalidad.