Todo comenzó un 12 de diciembre de 1962, la antesala de unas navidades que para un grupo de 50 personas, las que llegaron a Valareña en busca de una vida mejor, fueron especialmente frías. Todos eran procedentes de diferentes puntos de la geografía aragonesa. Tenían grandes esperanzas, sueños que cumplir y anhelos de un futuro mejor ligado a la agricultura.

Ninguno de ellos imaginó que sería tan duro conseguirlo, incluso muchos se quedaron por el camino, porque la realidad, al llegar al núcleo rural, fue muy distinta: casas sin luz, sin agua, campos llenos de salitre, y otras incomodidades hicieron que los primeros años de vida en esta localidad, así como de las otras que por estas fechas se impulsaron en la comarca de las Cinco Villas, fueran poco halagüeñas.

Florencio Cubero y su mujer, Elena Moreno, ambos de Alfocea, fueron de los primeros vecinos de Valareña, un municipio en el que únicamente estaban construidas la mitad de las casas, las del lado de la carretera. Y todas carecían de servicios. Por ejemplo, Florencio recuerda cómo tuvo que ir con otros hombres del pueblo a hacer los huecos para poner los postes eléctricos.

Mientras tanto, las casas se iluminaban con carbureros que desprendían humo, "por lo que al levantarnos aparecíamos con la nariz machada", dice.

Al principio la extensión de las jornadas laborales no hacían necesaria la luz artificial, ya que era el propio sol el que alumbraba calles y campos. "Trabajábamos mucho, porque las tierras estaban llenas de piedras y de hierba. Esto hizo que con la primera cosecha que tuvimos solo nos llegara para pagar la simiente", apunta Florencio.

Cereales, remolacha --"lo más duro, porque se recogía en invierno", dice Montserrat Rodrigo--, y algodón fueron los primeros cultivos que los vecinos de Valareña sembraron en sus campos, pero el último de los productos no resultó.