Vino doña María Teresa Fernández de la Vega, tan pinturera. Y anunció a micrófono abierto que Zaragoza será la sede del centro de investigación sobre el cambio climático en España (o algo así). ¡Alabados sean los dioses! A lo mejor con este incentivo las instituciones aragonesas en general y la Universidad en particular se espabilan una miaja y reconocen la importancia del medio ambiente.

Parece que el mencionado centro va a ser la mundial, con mogollón de científicos y la importante misión de estudiar cómo se calienta al planeta y lo que podemos hacer para evitarlo. Lo cual no sólo aporta a la post-Expo su primer contenido importante de verdad, sino que asocia Aragón con la ecología, que buena falta hace.

Pero, (¡oh, destino cruel!), más o menos cuando la señora Fernández de la Vega nos hacía la merced, en las españolísimas Baleares, chunda ta chunda, don Mariano Rajoy, presidente del principal partido de la oposición, aseguraba que lo del cambio climático es una fruslería; pues si un primo suyo, catedrático, no ha encontrado forma de que se elabore una predicción exacta del tiempo que hará en Sevilla al día siguiente, ¿quién puede saber si lloverá o no dentro de trescientos años?. Con tan contundente argumento, el señor Rajoy despachó el efecto invernadero como un asunto menor. Ni los gemelos polacos al alimón lo hubieran hecho mejor.

O sea, que cuando los zaragozanos tenemos por fin algo a lo que agarrarnos para después del 2008 (momento proclive al bajonazo: tristitia post coitum), llega el líder del PP y nos advierte de que el tema elegido es una melonada. Está claro que a este caballero y a sus adláteres se les da una higa que la comunidad científica, la ONU, la Nasa y las circunstancias más evidentes nos estén alertando sobre el cambio climático. Cualquier persona bien informada opina que ésta es la principal amenaza que pesa sobre el género humano. Pero la derecha española no cree que haya ningún problema medioambiental que no se resuelva trasvasando ríos y urbanizando los mejores parajes naturales.