"Este no es el mejor lugar del mundo para que se críen los chavales", reconoce Fátima, residente en uno de los dos enclaves chabolistas de Zaragoza que ayer acogieron con tristeza y rabia la noticia de la niña fallecida en una caravana. Mientras tanto, en los dos asentamientos sus más de ochenta vecinos esperan una oportunidad de Servicios Sociales que les permita acceder a un piso de realojo. Para ellos, la posibilidad de abandonar un entorno lleno de peligros, barro, chatarras y suciedad supondría un cambio de vida radical en el que los más favorecidos serían los niños.

Unos 15 pequeños viven en el poblado en Cogullada, junto a Mercazaragoza. Allí, las lluvias han convertido los terrenos que rodean las chabolas en un barrizal en el que se mezclan latas, botellas y plásticos. "En cualquier momento podría suceder una tragedia similar", señala Ramona Moreno, madre de un pequeño. Sobre la niña fallecida asegura que no hubiera muerto "si las cosas fueran como tienen que ser" y recuerda casos anteriores sucedidos en los alrededores, como la vez que se incendió el hogar de su madre. "Menos mal que aquel día no estaba dentro y solo perdió sus cosas y la ropa", cuenta.

Accidentes

Los incendios fortuitos, "rápidamente sofocados", son frecuentes, dicen. En el entorno del Príncipe Felipe, Beatriz y Pilar muestran los cables que cruzan la explanada sobre los charcos. "La instalación está muy mal y cualquier día vamos a ver cómo se electrocutan los niños", apuntan. Son conscientes de que viven en el olvido y que la sociedad solo se acuerda de ellos cuando ocurren accidentes importantes. "Esperemos que se pongan las pilas", señalan.

Los asentamientos se localizan junto al Príncipe Felipe, con once familias y 44 personas, y en Cogullada, cerca de Mercazaragoza, donde hay doce familias y 45 personas. Allí, las familias que han optado a un realojo destacan la dificultad que tienen para poder cumplir con determinadas condiciones, en especial los pagos del alquiler. "Estamos muy agradecidos con lo que nos han ayudado, pero nos exigen mucho más de lo que tenemos, teniendo en cuenta que nos dedicamos a la chatarra", asegurá Beatriz. El sentimiento es generalizado y piden que se ajusten los costes de las viviendas a los sueldos a los que pueden optar.

En todo caso, en los últimos años el número de residentes se ha reducido. La suciedad hace mella y muchas familias que cuentan con embarazadas o enfermos abandonan las chabolas. "En algunas condiciones, rodeados de ratas, es imposible vivir", aseguran.

José Manuel Bello, en la zona de Cogullada, lleva cuatro años esperando una oportunidad para salir del poblado, siempre con miedo. "Cualquier día nos podemos encontrar con un accidente o con que llega la Policía a culparnos de algo", afirma. Como conocedor de la familia que vivía en Vadorrey asegura que puede imaginar cómo se sienten. "Era un matrimonio joven y no se puede consentir lo que ha pasado", concluye.