Ni siquiera aquel torero sin suerte al que apodaron El Platanito tuvo tantas oportunidades como José Luis Rodríguez Zapatero. Ahora llega la última (o la que puede ser la última, antes del cambio de Gobierno), la del Estado de la Nación.

Son muchas ya las voces que, en el seno del Partido Socialista, vienen reclamando al jefe una remodelación ministerial. Nombres como Javier Solana o Guillermo de la Dehesa suenan para enderezar los entuertos internacionales y económicos. Sigue asimismo sonando el cántaro de Marcelino Iglesias, que tanto va a la fuente...

Además del debate ministerial, hay también, más bajo, es cierto, pero sordo y procaz, un cierto debate presidencial. Sobre si la figura de ZP está preparada para volver a la senda del triunfo electoral o, como las encuestas apuntan, humillará el puño y marchitará la rosa ante la gaviota rampante de Mariano Rajoy, diestro de elegante toreo, de chicuelina y quite, pero reservón con la muleta y muy fallón con el acero.

Parece que fue ayer, pero este mes de julio, el 23, concretamente, se cumplirán diez años desde que ZP ocupa la secretaría general del PSOE. A la que concurrían, si recuerdan, Matilde Fernández, Rosa Díez, José Bono, más el propio Zapatero, quien, a sus 39 años, terminaría alzándose con el triunfo por tan sólo nueve votos. Su candidatura llevaba el nombre de Nueva Vía. Hoy, podría llamarse Vía Muerta.

En esos diez años de torear en plazas de primera, el muy vivo ZP ha mostrado al país las dos caras de su luna, de su capote, templando al pastueño del PP con engatusados pases de escuela, pero sin fajarse con el miura de la crisis ni con los victorinos de las grandes plazas de la lidia internacional. Político solar, para unos; para otros, lunático. Más caldeo que romano. Más Platanito que El Viti.

Curiosamente, en este país de comidillas, casi nadie sabe quién fue, quién es, quién o que será José Luis Rodríguez Zapatero. Su vida no es franca y viril como la de los matadores, sino esquiva o espiritual como los entes de poder que ocupan reinos y castillos en épocas de zozobra, cuando los grandes héroes han muerto y los dragones se han vuelto amenazantes. Nada tiene de Quijote o Sancho. No es Macbeth. Recuerda a Hamlet, por sus dudas, pero es a Ricardo III a quién más se parece. Su sonrisa es un puñal; su gobierno, un escudo.

Escritor y periodista