La imagen del asentamiento chabolista de la rotonda de la MAZ es desoladora. Allí viven, más bien malviven, cinco familias. En total, 30 personas de las que 18 son menores. No disponen de luz, ni agua, y lo único que pueden llevarse a la boca es lo que rescatan de los contenedores. Auguran un futuro "más que negro" tanto para los mayores como para los pequeños y se quejan amargamente de que casi nadie sea capaz de echarles una mano.

Son la cara más cruda de la crisis, una muestra excesivamente expresiva de a dónde puede llegar la pobreza. Aún así, se mantienen fuertes, reciben a los visitantes con los brazos abiertos y demuestran que no tienen nada que esconder. Ellos mismos han construido sus casas (por llamarlas de alguna manera).

Con maderas y un par de telas han logrado tener cuatro endebles paredes y un techo que no evita que se calen hasta los huesos cuando llueve. El frío, dicen, es insoportable. Pero no están solos. Como asegura Pascual Salguero, cada noche, cuando se apaga la luz de las velas, escuchan rumiar a las ratas alrededor de su viejo colchón y deben apartarlas para poder conciliar el sueño. Sin embargo, afirma, "estamos peor que ellas".

Salguero, de 50 años, lleva casi un año y medio viviendo con su mujer, Consuelo Hernández, en esa chabola que van construyendo poco a poco. En el interior, un colchón más viejo que ellos que se asienta en una madera y una mesa. Fuera, otra mesa desvencijada con un plato que tiene cuatro cachos de chorizo y algo de jamón. Es lo que han conseguido rescatar del contenedor. Esa fue su cena de ayer, pero también la de hoy, y la de mañana, y la de pasado. El marido salió de la cárcel hace algo más de un año y padece cáncer de hígado. Ella se ha sometido a tres operaciones de pulmón y, en la actualidad, solo le funciona uno.

Alrededor. niños correteando que parecen ajenos a la realidad, aunque son muy conscientes de ella. Casi todos son sobrinos suyos que viven en otras chabolas. Para ellos, Salguero augura un futuro muy negro: "Acabarán en la calle o en la cárcel" afirma con rotundidad. El único ingreso que tienen son los 300 euros que cobra la mujer por incapacidad.

Cada día, con las pocas fuerzas que le quedan, él se monta en su bici con un carrito enganchado y va en busca de comida por las basuras. Se quejan de la falta de ayudas. "Solo un cura viene cada dos días y nos trae algo de comida, nadie más". Malviven de la nada. Hace unas semanas una asistenta social le ofreció a ella una habitación, pero su marido debía quedarse en la barraca. "Prefiero vivir en una chabola, antes que dejarle solo", asevera Hernández sin el más mínimo atisbo de duda.