Esta semana se han cumplido 90 años de la visita de Albert Einstein a Zaragoza, entre el 12 y el 14 de marzo de 1923. Una efeméride que, lamentablemente, no dejó una gran huella en el desarrollo científico de la ciudad, pero sí sirvió para constatar la fama del gran genio científico del siglo XX. Contó con un nutrido grupo de admiradoras que asistieron a sus conferencias con el mismo fervor que cualquier fan sigue hoy a un cantante. Aunque, al parecer, el público no científico se quedaba en comentarios del nivel de "no entiendo casi nada, pero ¡es precioso!".

Sus 50 horas en la ciudad, epílogo de una gira española de conferencias en Barcelona y Madrid, fueron convenientemente reseñadas en los diarios de la época, Heraldo y El noticiero, y han sido recogidas por profesores como Luis Boya. El actual presidente de la Academia de Ciencias --que, por entonces recién nacida, invitó al físico--, escribió la parte zaragozana del libro Einstein en España, editado en el 2005.

Invitación

Jerónimo Vecino, uno de los dos catedráticos de Física con los que contaba por entonces la Facultad de Ciencias, había invitado a Einstein a visitar la ciudad ya en 1922, pero se le presentó la oportunidad al año siguiente. El alemán había emprendido un largo viaje por oriente, huyendo del antisemitismo que arreciaba en la república de Weimar. A la vuelta llegó a España, donde su segunda esposa --y prima--, Elsa, tenía familia en Madrid.

Su estancia comenzó en Barcelona, pero el tren hacia Madrid tenía media hora de parada en la estación de Campo Sepulcro de Zaragoza. Allí acudieron el citado Vecino, junto con otros catedráticos, a invitarle a la ciudad. Y le convencieron.

Por aquel entonces ya era Premio Nobel, y un experimento en 1919 había confirmado parte de sus teorías. "Había hecho correcciones a las leyes de Newton, que eran como la Biblia", según ilustra Boya.

El lunes, 12 de marzo, llegó el matrimonio Einstein a Zaragoza y fue recibido por las personalidades más relevantes, como el doctor Royo Villanova, el químico Antonio de Gregorio Rocasolano (cuyo laboratorio visitó el físico) o el general Mayandía. También acudieron el cónsul de Alemania y el fotógrafo Gustav Freudenthal. Y en uno de los almuerzos a los que fue invitado coincidió con el filólogo Domingo Miral, ante cuyo discurso en alemán respondió, emocionado, que "solo en Zaragoza había percibido las palpitaciones del alma española".

Se alojó en el desaparecido hotel Universo de la calle Don Jaime I, el mejor de la ciudad, e impartió dos conferencias en el Paraninfo, Facultad de Medicina y Ciencias entonces.

En su visita quedó impresionado por el Pilar, la Lonja, la Aljafería y la Seo, sobre todo esta última. Tuvo tiempo para tocar el violín, acudir al Teatro Principal y, en su último almuerzo, a oír a una rondalla que le emocionó vivamente. Tanto que, según recogió la prensa, "abrazó y besó con gran entusiasmo" a una jotera.

Su huella quedó en realidad en una pizarra autografiada que Royo Villanova insistió en conservar en el Paraninfo. Pero desapareció. ¿Expolio? Boya da una explicación más prosaica y factible. "Se perdería en la mudanza al campus de San Francisco", especula.