Los patos del Canal Imperial de Aragón a su paso por Zaragoza volvieron a tener ayer unos curiosos compañeros de nado. Centenares de zaragozanos, principalmente de los barrios de Torrero, La Paz y Venecia, se echaron al agua --algunos, más de lo que tenían planeado-- para celebrar la XXXI Bajada del Canal. Una jornada que, desde hace años, reivindica la navegabilidad del cauce "hasta el mar", si hace falta; pero a la que además, desde hace años, se le añaden otros combates sociales. Ayer, los lemas oficiales eran el apoyo a los trabajadores despedidos de Autobuses Urbanos de Zaragoza (AUZ) y la protesta por el cierre de los centros de Salud Mental en muchos barrios zaragozanos.

Pero la reivindicación no es incompatible con la diversión, y los vecinos, sobre todo, se lo pasaron bien. Desde las diez de la mañana, los grupos comenzaban a llegar a las cercanías de la pasarela del Rincón de Goya, a escasos metros del parque Grande, para redescubrir este rincón forestal de la ciudad. Lo hacían bien provistos de barcas hinchables, neumáticos o estructuras más trabajadas.

Muchos serían la envidia del presentador de Bricomanía, tirando de cincha y clavo para armar auténticos castillos de palés amarrados a bidones, garrafas de agua y cualquier cosa que flotara. Algunos, eso sí, no consiguieron este objetivo.

Para Alejandro era su primera vez, aunque el transbordador que había construido con su familia y amigos, incluso con barandillas, parecía insumergible. No como muchas de las que participaron. Bajo la bandera del libros gratis para todos, el transbordador despedía un carácter reivindicativo que va siendo obligado. "Desde hace unos años es verdad que va tomando este carácter, pero es que no nos dejan más remedio. Cuando están haciendo lo que están haciendo, no te puedes quedar callado", explicaba, antes de embarcar.

Colaboración

Allí le esperaba Alejandro Gil, que pese a llevar solo dos años en el barrio había decidido sumarse a la iniciativa ayudando a los participantes a montar en sus embarcaciones. "Soy de la Asociación de Vecinos, y quería colaborar. Como practico piragüismo --de hecho, cerró la comitiva--, me dijeron que podía ayudar. Este barrio es fantástico, hay un tejido social brutal, y esta es una forma muy maja de llamar la atención".

Desde luego, lo hicieron. No solo por las barcas, algunas auténticos milagros flotantes de material reciclado, sino por los disfraces de pirata, vikingo, cerdo o de los años 20 que las tripulaciones se habían fabricado. El disfraz, como recordaba Charo Giménez, presidenta de la Asociación de Vecinos de La Paz, "no es obligatorio pero sí recomendable". Y la gran mayoría siguieron la recomendación.

Unas 60 barcas, con unos 350 marineros --canaleros, en este caso--, descendieron hasta el parque de la Paz escoltados por amigos y familiares tirando de cámara. Allí disfrutaron de un merecido vermú y, por la tarde, concierto. No siguieron hasta el mar porque no se puede. Quizá el año que viene.