Su hija Estela cumplió un mes el mismo día en el que él sufrió un ictus que le paralizó el lado izquierdo de su cuerpo. Entonces, Rubén Vigil tenía 29 años y trabajaba como camarero en el bar de su padre. Ahora, tres años después, está jubilado y ha recuperado gran parte de la movilidad tras dejar de lado la silla de ruedas y afrontar su día a día con absoluta normalidad.

--Lo suyo fue un ataque epiléptico que acabó en ictus. ¿Cómo se explica eso?

--A raíz del ataque me detectaron una aneurisma cerebral, que es una malformación arteriovenosa. Durante la embolización hubo un problema y sufrí un derrame que me provocó el ictus. Tenía 29 años y una hija recién nacida.

--Generalmente, este tipo de enfermedades se asocian a gente mayor, ¿no?.

--Sí, pero la gente está equivocada en eso. Me he encontrado con mucha gente en el hospital que ha padecido ictus y tenía menos de 35 años. No hace falta tener más de 60 para sufrirlo, aunque está claro que las posibilidades son mayores.

--¿Cuáles fueron sus secuelas?

Se me paralizó el lado izquierdo y me quedé en silla de ruedas. Tras mucha rehabilitación, he conseguido dejar la silla y lograr movilidad en el brazo, que se me había quedado prácticamente inútil. No tengo una independencia total, pero considero que mi avance es tremendo porque antes, por ejemplo, no podía partirme la carne ni comer.

--¿Cómo ha cambiado su vida?

--El día a día cambia, porque se está más limitado, pero ahora que estoy jubilado ayudo a las personas que están en esta misma situación. Cuando sales del hospital te topas con una burbuja un tanto extraña y la realidad se ve con el tiempo. Un paciente siempre debe tener la meta de que va a salir adelante.

--¿Superar la parte psicológica es más difícil que la física?

--Es muy duro, porque verte con secuelas te merma mucho. Mi hija me vino muy bien, porque me dio fuerzas para seguir y pronto conseguí el objetivo de poder darle un biberón. Ella ha sido y es para mí la mejor medicación. La familia en estos casos es muy importante, pero también la ambición de uno mismo.

--¿Pensó en tirar la toalla?

--Nunca. Es cierto que se tienen altibajos y que a veces se producen discusiones porque la familia no te entiende y uno no sabe responder bien, pero una persona que sufre un ictus sigue siendo la misma que antes de padecerlo. Este tipo de enfermedades suponen un terremoto de sentimientos.

--A nivel médico, ¿cómo valora la atención de esta enfermedad?

--Me sentí muy arropado desde el principio. Es cierto que todavía no estaba palpable el tema de los recortes y ahora no sé cuál es la situación. Sería una pena dejar de lado la prevención de ictus, porque repito que puede afectar a cualquier persona.