Cristina Hauke era, junto a su hermano Guillermo y su tía Carmen, copropietaria de Averly antes de la venta al Grupo Brial, una operación que ellos mismos impulsaron acuciados por las deudas tras el cierre en el 2011. Es la primera integrante de la familia Hauke que habla de la factoría y de la situación que atraviesan.

-¿Cómo está viviendo la familia Hauke todo lo que está pasando con la factoría Averly?

±Estamos preocupados, angustiados, asombrados... por cómo después del esfuerzo y cariño que han puesto todas las generaciones de nuestra familia que nos precedieron, en un proyecto que no era solo empresarial, sino también una ilusión por mantener y custodiar todo lo que allí había, ver ahora que otros se proclaman defensores de Averly. Nos parece simplista y que se están otorgando algo que nosotros hemos hecho durante mucho tiempo. Mi padre murió de un infarto en el 2008 por preocupaciones derivadas de ella.

-¿Nadie les quiso ayudar en esos momentos de dificultad?

±Se pidió ayuda a la DGA, y también preguntamos por qué no se compraba mobiliario urbano como el que fabricábamos. Habría ayudado a la viabilidad de la empresa. Pero nos decían que había que hacerlo por concurso para comprar lo más barato y nuestros productos, artesanales y de altísima calidad, no podían ser nunca el más barato. No pedíamos subvención, solo trabajo.

-¿Cuándo dejó de funcionar Averly en Zaragoza?

±La empresa tuvo que despedir a los trabajadores en el 2011. En el 2010 hubo un ERE y se tomó la decisión de no hacerlo de extinción, porque era trágico pensar en echar a trabajadores que llevaban toda la vida allí o en tener que cerrar la empresa. Pero eso derivó en que ellos nos demandaron a nosotros y tuvimos que despedirlos en julio del 2011.

-¿Cómo llega tener que decidir entre vender o dejarla morir?

±Fue horrible. Teníamos que indemnizar a los trabajadores y no teníamos esos 600.000 euros que costaba, teníamos varios créditos que no podíamos devolver... Pensábamos salvar esa situación con un pago que nos tenía que haber hecho el ayuntamiento hacía unos años por una expropiación (el terreno que se destinó a la avenida Escrivá de Balaguer) y con eso intentamos negociar con los empleados y los bancos pero el dinero llegó más tarde. Y llega un punto en el que uno de esos bancos no acepta ningún tipo de negociación y acabó poniendo fecha para la subasta. En un año teníamos que vender. Intentábamos vender solo parte de la empresa, por el cariño que le tenemos, pero los interesados pedían todo o nada. No se trataba de dar con el mejor postor, sino con quién me da el dinero que necesito para poder pagar a mis trabajadores y a todo el mundo. Y es legítimo que usemos lo único que teníamos en la mano, el valor patrimonial de esos terrenos. Si fuera por hacer negocio lo habríamos vendido antes, o en el 2008 al morir mi padre, cuando todavía nos llegaban ofertas sustanciosas.

-¿Y qué se siente ahora que la demolición está más cerca?

±Todos queremos salvar Averly, pero nadie dice cómo. Esa es la pregunta, no si salvarlo o no. ¿Y cómo se podría hacer? Nos encantaría estrenar un día un espacio público, estaría allí la familia la primera para cortar la cinta, pero que venga alguien y lo diga, y todos le aplaudiremos. En mi casa, mi padre siempre decía que lo más representativo es la nave del ajuste, porque es la que tiene una importancia arqueológicamente industrial, porque tiene el pavimento de madera, está hecho de ladrillo, las conexiones de transmisión de energía... El resto de naves sería precioso mantenerlas pero si no se puede, son de menor valor. Ahora hay un plan iniciado y si no viene uno mejor que lo avale, que dejen terminar este, porque ahora se contempla una recuperación de lo más importante de Averly y lo que se ha catalogado es suficiente para conservar lo que ha significado. Y permite al ayuntamiento obtener un dinero para que, sin que suponga ni un euro más a los ciudadanos, poder reinvertir y dejar rehabilitadas las naves.

-¿Qué es Averly para usted?

±Para mí representa mi infancia. Nunca he vivido allí, pero venía en época de vacaciones a ver a mi abuela. Es como entrar a un mundo en el que vuelvo a ser pequeña.

-¿Qué recuerdos guarda?

±He pasado muchas horas allí y recuerdo cómo mi padre me regañaba por entretener al personal, o cómo le llamaba constantemente para que viniera a jugar conmigo. Me divertía en la arena blanca de la fundición o en el granero que usaba de fuerte con mi hermano... Éramos la delicia de nuestros amigos.

-¿Qué opinaría su padre de la venta? ¿Les habría apoyado?

±Sí, sin dudarlo. Mi padre siempre decía que en Averly había dos negocios: la actividad industrial y, si alguna vez fallaba, estaba el patrimonial, el valor del suelo y los derechos de edificación que tiene. Él tenía interés en mantener la nave del ajuste, pero todo lo demás...

-¿Personalmente cuál es el lugar más valioso de todo?

±La oficina técnica. Me encanta. Donde están las antiguas mesas de dibujo y armarios con los planos de máquinas y proyectos que ha ido construyendo Averly, perfectamente clasificados.

-¿Qué es lo que más le ha llegado a doler de este proceso?

±El dolor que tienen mis hijos porque es una pérdida afectiva para ellos, no hay nada peor que eso. El proceso de desalojar estas naves también, porque estábamos enamorados de este espacio y cada día era como una despedida.

-Parece que han tenido que elegir entre Averly y sus vidas

±¡Es que es así! Porque de no haberlo vendido habríamos perdido todo. Un banco nos lo iba a quitar por una deuda de 60.000 euros, estaba en una subasta con un precio de salida de un millón de euros por todo. Aunque lo hubieran comprado, nos habríamos quedado sin Averly y debiendo aún dinero, porque en total debíamos más de dos millones.

-¿En qué le habría gustado que se convirtiera Averly?

±Nuestro único deseo era que siguiese funcionando. Mi padre se enfadaba mucho cuando le hablaban del museo de la industria. Porque para él era una empresa viva y eso significaba como hacer un homenaje a un muerto.

-¿Y la residencia?

±Para mi siempre será la casa donde vivía mi abuela. Y no me gustaría que fuera para otros usos. Solo la idea de que pase nos incomoda mucho.